domingo, 12 de febrero de 2012

COMPASIÓN



Iglesia de San Francisco, PP.Capuchinos, León


El evangelio de este domingo es de Marcos 1,29-39:

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:

- Si quieres, puedes limpiarme.

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo:

- Quiero: queda limpio.

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente:

- No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

¡Qué grande eres, Jesús! Has venido a superar la ley y a poner en marcha el evangelio del corazón. Hoy en el relato acoges a un leproso (un ser en la cultura judía despreciable, que no tenía derecho a vivir en sociedad y que padecía esa enfermedad como castigo de Dios, ¡qué barbaridad!). Pero Tu no te creías eso. Tu, educado en las creencias judías, has venido a superar sus normas para decirnos: nadie es despreciable, nadie debe ser condenado, todos sois mis amigos. Eso solo lo puedes hacer Tu. Nosotros, que nos decimos tus seguidores, queremos hacerlo, al menos teóricamente, pero ¡cómo nos cuesta! Vemos claro que esas prácticas judías no comulgan con nosotros. Y sin embargo, cómo nos cuesta dar el paso de acoger a los más desvalidos.

Los leprosos de hoy bien pueden ser los enfermos de sida o quizás los drogadictos. Personas que son auténticas piltrafas humanas. Ver sus cuerpos nos derrumba. ¿Cómo será su alma? ¿Cómo su persona entera? Pues a ese tipo de personas es a quien Tu limpias. Es verdad que fue el leproso quien dio el paso y se acercó a ti. Era valiente. Dicho en otros términos, confiaba en ti, tenía fe en ti. En este momento las personas que vivimos somos las manos de Dios en el mundo. Acercarnos a lo seres más débiles es misión de los que creemos en Jesús, para escucharles, acompañarles, acercarles al mismo Jesús. Esto es amar. Esta es la parte más noble, más grande de la Iglesia. La caridad. Sí, son necesarias la fe y la esperanza, pero la más grande, lo que no puede faltar, lo que más llena, quizás también lo que más cuesta, es el amor.

De muy poco sirve una fe y poca esperanza habrá si una y otra no van unidas al amor. Ahí no hay error. Ahí sabemos que acertamos. Ahí es donde se valora a la persona. Ahí es donde los hombres de Iglesia no pueden ser cicateros. Aunque cueste. Aunque nos impida vivir cómodamente. Dice el evangelio que Jesús no podía entrar en los poblados abiertamente. ¿Por qué? Porque no respetaba las tradiciones de la religión. Y porque curaba y tocaba a los leprosos. Algo prohibido en aquel tiempo. ¿Nos pasa a nosotros, los cristianos, lo mismo? Ahí queda el interrogante.

Con palabras de Enrique Martínez Lozano:

No somos seres separados que, eventualmente, se ayudan unos a otros, sino que constituimos una Unidad, por lo que nadie me resulta indiferente. El bien de los otros es mi bien; su dolor, mi dolor. Al escritor romano Lactancio se le atribuyen unas palabras que recogen esta conciencia: “Soy humano, y nada de lo humano me resulta ajeno”. Es lo que Enrique llama compasión, que exige:

- Sensibilidad con el otro

- Salir hacia la persona que sufre

- Vencer la comodidad, el miedo y la ignorancia o inconsciencia.

¡Cuánto da esto para pensar! ¡¡¡Y para actuar!!!

Recuerdo el lema de la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas, que es hoy, “La salud, derecho de todos. ¡Actúa!”.

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