domingo, 8 de mayo de 2011

EN LA EUCARISTÍA RECONOCERÁS A JESÚS


El Evangelio de este domingo, Lc 24, 13-35, relata cómo dos discípulos de Jesús, camino de Emaús, conversan con un desconocido sobre la muerte de Jesús. El relato explica cómo esos discípulos tratan de dar explicaciones al desconocido sobre lo que ha ocurrido –la muerte de Jesús- y refleja qué poca es su fe –dicen algunas mujeres que el sepulcro está vacío y lo han comprobado alguno de los nuestros y es cierto, incluso dicen que está vivo, pero ellos no s elo creen-.
Estos discípulos saben lo que pasó hasta la muerte. Y se quedan ahí. No se creen que viva. No saben qué es eso de la resurrección.

Este relato es para hoy, es para nosotros. ¿Nos hemos quedado acaso en la muerte? ¿No somos capaces de ver a Jesús vivo?

Hombre, algunos nos dicen que ha resucitado, pero ¿cómo va a ser posible eso? ¿no será eso cosa de los curas o de algún beato?

Quizás los discípulos de Emaús estaban con estas dudas hasta que abrieron los ojos. ¡Tenían delante a Jesús! ¡Llevaban tiempo hablando con Él y no lo habían conocido! Y dice el Evangelio: “Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Jesús desapareció de su lado”.

Hoy, igual que entonces, a Jesús lo podremos sentir en la eucaristía, quizás también al partir el pan. Es ahí donde hemos de abrir los ojos. Es ahí donde Jesús se hará el encontradizo. Es ahí donde Jesús nos está esperando. Es ahí donde podemos alimentarnos de Él. Es ahí, en la eucaristía, donde sabemos con certeza que está Jesús resucitado, Jesús vivo. No lo podemos ver con los ojos de nuestro cuerpo, pero sí lo podemos sentir con el corazón que ama. Ese es el Jesús resucitado: el que ama sin condiciones. Si quieres amar como Él, estate con Él en la eucaristía. Y de ahí sabrás lo que tienes que hacer en la calle. No hay otro camino.

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