sábado, 19 de enero de 2013

JORNADA DEDICADA AL MIGRANTE



Mañana domingo, 20 de enero,  la Iglesia dedica la jornada a las migraciones. En este tiempo de especial dificultad, la crisis la están sufriendo, de manera acentuada, las personas emigrantes que, venidas de otros países, al nuestro, pretendiendo buscar una vida más cómoda, se han encontrado con el drama del paro y la falta de los recursos imprescindibles para vivir. Hay voces, incluso, que echan la culpa de la situación a los emigrantes que vienen de otros países a “quitarnos el empleo”. No es así. Esas personas, generalmente, están realizando labores que los nacionales no quieren asumir.

También está la situación, especialmente de los jóvenes, que no encuentran trabajo en nuestro país y han de emigrar a otros lugares a buscar mejor suerte. Esto es una ruina para el propio país quien, después de formar a las personas, gastar mucho dinero en ello, no puede aprovechar esa formación en empresas con actividad aquí.

Los dramas de los emigrantes son tremendos. Casi todos conocemos situaciones extremas. No podemos quedar al margen de esta realidad. Las Administraciones, las ONGS, y cada persona tenemos posibilidades de implicarnos en esta realidad para poner en el centro a la propia persona, combatir y denunciar los comportamientos xenófogos y conseguir acercarse a esas personas y considerarlas con los mismos derechos universales que los propios nacionales. Desde aquí proponemos que en la oración de este día no falte una referencia a los emigrantes y si es posible que tampoco falte alguna acción concreta. Hay que echar una mano.

Benedicto XVI, en la Carta que ha escrito para esta Jornada, nos recuerda:

En efecto, fe y esperanza forman un binomio inseparable en el corazón de muchísimos emigrantes, puesto que en ellos anida el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la «desesperación» de un futuro imposible de construir. Al mismo tiempo, el viaje de muchos está animado por la profunda confianza de que Dios no abandona a sus criaturas y este consuelo hace que sean más soportables las heridas del desarraigo y la separación, tal vez con la oculta esperanza de un futuro regreso a la tierra de origen. Fe y esperanza, por lo tanto, conforman a menudo el equipaje de aquellos que emigran, conscientes de que con ellas «podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino» (Enc. Spe salvi, 1).




Es cierto que cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias generales del bien común, pero siempre garantizando el respeto de la dignidad de toda persona humana. El derecho de la persona a emigrar - como recuerda la Constitución conciliar Gaudium et spes en el n. 65 - es uno de los derechos humanos fundamentales, facultando a cada uno a establecerse donde considere más oportuno para una mejor realización de sus capacidades y aspiraciones y de sus proyectos. Sin embargo, en el actual contexto socio-político, antes incluso que el derecho a emigrar, hay que reafirmar el derecho a no emigrar, es decir, a tener las condiciones para permanecer en la propia tierra, repitiendo con el Beato Juan Pablo II que «es un derecho primario del hombre vivir en su propia patria. Sin embargo, este derecho es efectivo sólo si se tienen constantemente bajo control los factores que impulsan a la emigración» (Discurso al IV Congreso mundial de las Migraciones, 1998). En efecto, actualmente vemos que muchas migraciones son el resultado de la precariedad económica, de la falta de bienes básicos, de desastres naturales, de guerras y de desórdenes sociales. En lugar de una peregrinación animada por la confianza, la fe y la esperanza, emigrar se convierte entonces en un «calvario» para la supervivencia, donde hombres y mujeres aparecen más como víctimas que como protagonistas y responsables de su migración. Así, mientras que hay emigrantes que alcanzan una buena posición y viven con dignidad, con una adecuada integración en el ámbito de acogida, son muchos los que viven en condiciones de marginalidad y, a veces, de explotación y privación de los derechos humanos fundamentales, o que adoptan conductas perjudiciales para la sociedad en la que viven. El camino de la integración incluye derechos y deberes, atención y cuidado a los emigrantes para que tengan una vida digna, pero también atención por parte de los emigrantes hacia los valores que ofrece la sociedad en la que se insertan.


En este sentido, no podemos olvidar la cuestión de la inmigración irregular, un asunto más acuciante en los casos en que se configura como tráfico y explotación de personas, con mayor riesgo para mujeres y niños. Estos crímenes han de ser decididamente condenados y castigados, mientras que una gestión regulada de los flujos migratorios, que no se reduzca al cierre hermético de las fronteras, al endurecimiento de las sanciones contra los irregulares y a la adopción de medidas que desalienten nuevos ingresos, podría al menos limitar para muchos emigrantes los peligros de caer víctimas del mencionado tráfico. En efecto, son muy necesarias intervenciones orgánicas y multilaterales en favor del desarrollo de los países de origen, medidas eficaces para erradicar la trata de personas, programas orgánicos de flujos de entrada legal, mayor disposición a considerar los casos individuales que requieran protección humanitaria además de asilo político. A las normativas adecuadas se debe asociar un paciente y constante trabajo de formación de la mentalidad y de las conciencias. En todo esto, es importante fortalecer y desarrollar las relaciones de entendimiento y de cooperación entre las realidades eclesiales e institucionales que están al servicio del desarrollo integral de la persona humana. Desde la óptica cristiana, el compromiso social y humanitario halla su fuerza en la fidelidad al Evangelio, siendo conscientes de que «el que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre» (Gaudium et spes, 41).


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El texto completo puede leerse en el siguiente enlace:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/migration/documents/hf_ben-xvi_mes_20121012_world-migrants-day_sp.html

También los Obispos españoles han escrito un texto con el título “MIGRACIONES: PEREGRINACIÓN DE FE Y ESPERANZA”, para esta jornada, que se puede leer en el siguiente enlace:

http://www.conferenciaepiscopal.es/images/stories/Jornadas/2013/MigracionesMensajeObispos.pdf

1 comentario:

  1. hay que pasar de la palabras a los hechos: orar y acoger. No pasar. Implicarse. El más débil es quien más amor necesita. SABA

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