miércoles, 20 de junio de 2012

¿POR QUÉ HA HABIDO TANTO DESPILFARRO?



MUSAC LEÓN.


A propósito de la modificación del art. 135 CE para establecer la obligación de que las Administraciones públicas queden obligadas a respetar el equilibrio presupuestario y no gasten lo que no tienen, el catedrático de Derecho Administrativo, D. Lorenzo Martín-Retortillo Baquer, en un trabajo titulado “Crisis económica y transformaciones administrativas”, vierte la siguiente reflexión:

"…. reflexionar en lo que ha sucedido -o no ha sucedido- en los treinta largos años transcurridos desde la aprobación de la CE . No pocas de sus ideas fueron atendidas en los momentos iniciales, pero al cabo de poco tiempo sus plantillas dejaron de ser atendidas y sus elementos de contención fueron abandonados del todo. Se había producido entre tanto el fenómeno de una intensa proliferación de clase política nueva, en gran medida improvisada, que utilizaría además la legitimación democrática poco menos que para considerarse dueños del universo. Sin ninguna sensibilidad para los consejos de profesionales o especialistas que recomendaran moderación. Todo parecía permitido a la hora de improvisar una nueva organización del Estado que parecía muy ilusionante.

Mi postura en absoluto puede ser critica para con la participación política. Antes bien, aprovecho cualquier oportunidad oportuna para animar a los ciudadanos a que participen en política, ya se trate de los jóvenes estudiantes, ya de quienes tienen la experiencia viva del trabajo activo, ya se trate de jubilados o de amas de casa, habitualmente con mayor tiempo disponible y, en el caso de estas últimas con una gran experiencia a la hora de tener que estirar los sueldos para cubrir todas las necesidades de la casa. ¡Bienvenidos todos los medios de participación política y, entre ellos, la colaboración con los partidos políticos! Pero entiendo que hay unas exigencias inexcusables a tener en cuenta, como voy a detallar enseguida a continuación. Y diré también que son muchos los políticos que han estado a la altura de las circunstancias, poniendo a disposición del común su valía y su diligencia y, con mucha frecuencia, su generosidad. No comparto por eso la opinión que están proyectando no pocos periodistas descalificando globalmente a la clase política, tendiendo a afianzar una visión negativa de quienes rigen la vida social, que me recuerda las visiones apocalípticas de algunos líderes religiosos, en determinados periodos históricos. Hay, y ha habido, mucho muy valioso. Pero reflexionando sobre la experiencia de los pasados años, se me antoja que no han faltado tampoco políticos que podrían situarse en una de estas tres categorías.

A. Han proliferado en demasía los que han convertido la carrera política en profesión. Lo que debería ser excepcional, y sólo para supuestos muy cualificados. La democracia es participación y renovación periódica, llamada a los ciudadanos e invitación a que se turnen en el ejercicio de los cargos. Lo contrario de la apropiación y de la permanencia. En cambio, han abundado los que asumían la pretensión de perpetuarse. En este sentido, resulta también muy censurable la experiencia que han avalado algunos partidos políticos, si partimos de la base de considerar al partido, como lugar para la participación generosa y desinteresada, para recibir colaboración y ayuda, a la hora de concienciar, discutir y propagar ideas, a la hora de las contiendas electorales. Lo deseable es que los ciudadanos, bien insertos en la sociedad, desde su profesión, empleo o especialidad, conocedores de la realidad del mundo, hallen en el partido un cauce para depositar su experiencia y luchar por las ideas y opciones sociales que se auspician. En cambio, con demasiada frecuencia, parece que se incentiva para algunos el abandono del oficio o profesión, para sustituirlo por la profesionalización en la política, convertido el partido en reparto de puestos, donde surgirá el afán de perpetuarse, y de cerrar el paso a otros, incluso a los que valgan más, creando así una burocracia, en el peor sentido de la palabra. Con situaciones esperpénticas cuando, si las cosas no van bien, no hay puesto para todos a la hora de repartir. Y nada más odioso que estos «funcionarios de partido», que abandonarán el contacto con la sociedad, pero que pueden llegar a acumular un poder muy consistente, sobre todo desde la opción de seleccionar quienes hayan de acceder a los cargos. Y que en no pocas ocasiones representará el imperio de la mediocridad. Desapareció la renovación democrática; desapareció la generosidad democrática, auténticas virtudes cívicas. Y nos encontraremos así con quienes, abandonada su profesión u oficio, o incluso antes de conseguirlos, sabrán que tienen la vida asegurada en un baile en que son muchas las piezas a bailar: de concejal o diputado provincial, o de cargo comarcal, de parlamentario autonómico, de alcalde o de presidente de la diputación, de consejero del ejecutivo regional o de director general, de miembro de las Cortes Generales o del Parlamento Europeo, o de ese sin fin de cargos que ofrece el firmamento político. Entiendo que hay líderes carismáticos, que tienen una gran formación, y que además lo hacen muy bien, que es legítimo que repitan y se afiancen, pero tal solución se legitima para muy pocos. Repito, para concluir, la democracia es contraria a la apropiación de cargos y clama por la periódica renovación. La democracia es contraria a la entronización de personas y aspira, en cambio, a que «todos» -diría incluso- vayan pasando a prestar sus servicios a la comunidad, sin distinción, en una fórmula de rotación, que además ayuda a afianzar la legitimidad del sistema.

B. Con frecuencia se ha producido una confusión entre la vertiente democrática de las autoridades, con su respaldo electoral (artículos 23.1, 66.1, 68, 69, 99, 140, 141, CE, entre otros), y la vertiente profesional de los funcionarios de las Administraciones, que son seleccionados en cambio -o deben serlo-, según criterios de mérito y capacidad (artículo 103.3 CE). La importante legitimidad de las urnas habilita para gobernar y mandar, pero no produce el efecto taumatúrgico de atribuir saberes especializados a quien no los tiene. Pues bien, especialmente en el campo de la Administración Local, se ha hecho muy sensible el efecto de que los cargos políticos trataran de apropiarse de las funciones de quienes están preparados para ellas, es decir, los funcionarios. El concejal, por el hecho de salir elegido, no pasa a dominar los intríngulis del procedimiento administrativo o las enrevesadas fórmulas de la Ley de Contratos del Sector Público, lo mismo que no pasa a entender de pintura moderna o contemporánea -la de «bodrios» que han ido a parar a nuevos museos-, o de cómo se debe elaborar un plan de urbanismo. O, incluso, por aludir a algo mas sensible, de demoledores efectos, la elección democrática no da de por sí saberes para encargarse de la gestión de una caja de ahorros. Pues bien, en demasiados casos ha sido patente el intento por parte de los políticos de apropiarse de lo que son genuinas funciones profesionales, desplazando a los que saben. Fenómeno que se ha exacerbado con la exagerada proliferación -sobre todo en el campo municipal-, de la fórmula de «dedicación exclusiva» (artículo 75.1 de la Ley Reguladora de las Bases de Régimen Local, 7/1985, de 2 de abril), a lo que ha contribuido una interpretación desmedida de la autonomía municipal así como el afán de los partidos de disponer de plazas para sus incondicionales, en línea con lo que se expresaba en el párrafo anterior. Cuadra de nuevo la reflexión acerca de los criterios de generosidad y desprendimiento que debe caracterizar el comportamiento de los ciudadanos llamados a participar en el sistema democrático. Conozco muchas personas que han dedicado multitud de horas e ingentes esfuerzos, generosos, a contribuir como concejales al mejor funcionamiento del ayuntamiento de su pueblo o ciudad, por lo que no me recato ahora en denunciar, como llevo haciendo desde hace mucho tiempo, lo que me parecen manifiestos abusos y disfunciones. En ocasiones, como en el caso de las cajas de ahorros, de devastadores efectos: hace bien poco, no pocas de ellas estaban celebrando efemérides históricas, conmemorando años de eficaz gestión de sus limitadas funciones, socialmente tan relevantes y ahora tenemos negros augurios de lo que haya de suceder con la importante obra social que casi todas ellas desempeñaban. Una vez más, la codicia, y la ignorancia, «rompió el saco».

C. Hay que decir, también, por último, que han abundado los políticos «manirrotos», es decir, derrochadores, que se sienten a gusto comprometiendo gasto público sin calcular cuales son las disponibilidades, olvidando en suma que, como me gusta repetir, «el dinero público es sagrado». Es grato constatar la ingente mejora de nuestros pueblos y ciudades, que no discutiré, pero impresiona la cantidad de inversiones de «nuevo rico», sin la necesaria utilidad social, la de construcciones faraónicas, la de instalaciones o servicios que, o no son funcionales o, en puridad, no se van a poder sostener o, aunque sólo sea la de farolas innecesarias que van a consumir energía -ese bien tan preciado como escaso, que cuesta dinero-, toda la noche, todos los días del año. Que además de su precio están dando muy mal ejemplo, normalizando ante los ciudadanos una situación de despilfarro. Estuvo de moda en la sociedad española endeudarse a toda costa, y en este sentido produjo sin duda un ejemplo perverso la experiencia de la mayoría de los clubes de fútbol, pero aún sin justificar esa copiosa partida de deudas, uno sabe que el sector público debe regirse por otros criterios".

NOTA. Este blog transmite el parecer de este profesional para que todos formemos opinión y actuemos en consecuencia. Como cristianos laicos estamos en el mundo para hacerlo más humano. Y para aprender de los errores cometidos.

1 comentario:

  1. Olo superaremos los errores si sabemos lo que nos ha pasado y examinamos por qué. El profesor Martín Retortillo hace un examen, ami juicio acertado, de por qué estamos como estamos. Ahora hay que dar otro paso. Es necesario llegar al equilibrio, ser razonables, no gastar lo que no se tiene. Pero también hay una faceta que a todos nos incumbe: ¿por qué, con mucha frecuencia, la gente vota al político que más le ofrece, aunque sea gastando lo que no tiene y lo que es injusto? Es el momento de la denuncia, de apartarse de lo políticis populistas que solo buscan llegar al poder y lucrarse personalmente. Aborrezco a los que sólo están en política para su interés personal. Ya es hora de buscar el bien común y que esta sea el criterio principal. IRIS

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