lunes, 4 de marzo de 2013

RETIRO ANUAL: TODO ESTO PARA ACTUAR EN EL MUNDO



Recién llegados de la Casa de Espiritualidad de La Virgen del Camino nos ponemos a darle forma de palabra al retiro anual que el sábado y el domingo hemos estado “disfrutando”, en compañía de los equipistas de León.

La parábola del “Padre bueno” parece una fuente inagotable para profundizar en el hondo del alma. D. Juan Manuel Viejo, fue indagando, en las actitudes de los protagonistas de esta parábola.


 
El título común de las meditaciones delata por donde quería trascurrir el director: “fortalecer nuestra fe en el encuentro con el Señor” ¿Qué se va a escuchar en un retiro? Fundamentalmente de la fe, necesitada de esperanza y adobada de amor.

“Reconoce que Dios te anhela”, esa fue su primera meditación. Y desde ahí ya te ha enganchado. Sabes que Dios te reconoce. Y en ese verbo –reconocer- hay toda una sabiduría. Dios, que es absoluta, reconoce a cada una de sus criaturas en libertad. Ahí la grandeza y la humildad de Dios. Todas las personas somos seres reconocidos por Dios. ¡¡Qué maravilla!! Es el padre bueno que a lo lejos ve a su hijo pródigo y corre a abrazarle porque le ha reconocido. Ni siquiera es necesario decirle a Dios lo mal que hayamos podido hacerlo: él está siempre con los brazos abiertos, nos reconoce, nos anhela.


 
“Levántate y ve al Padre”. En esta frase está la segunda actitud. Aquí es necesario que miremos a Dios, que le hagamos un gesto, que de alguna manera dejemos saber que queremos estar con Él. Hace falta poco, pero es necesario ese poco para no ahogar la libertad. D. Juan insistió en ponerle pasión a la vida. No ir por ahí de manera indiferente, como que las cosas no van con nosotros. Ningún ser humano nos puede dejar indiferentes. Porque todos somos imagen de Dios. Es necesario poner corazón, sentimiento, emoción. Sin ellos la vida se vuelve vacía.

“Cree que tu Padre te ama”. Hay amigo, aquí hay generosidad de Dios, humildad de Dios, cariño de Dios. Y esto a nadie le puede dejar indiferente. Dios –el más grande, al absoluto, el amor en esencia- me ama a mí, a ti, a todos. Y esto ya es lo máximo. Por eso es necesario insistir en ello: en creer que Dios nos ama. Porque, lo hemos oído tantas veces, que somos indiferentes a esta gran verdad. A la verdad. Que Dios nos ama. El decálogo del amor sirvió para que, en pareja, rumiásemos esta verdad esencial.


 
Durante la penitencia y la eucaristía, de nuevo la misma parábola del padre bueno, sirvió, en esta ocasión, para poner de manifiesto la actitud del hijo mayor. Es el lenguaje del que no está a gusto, es el comportamiento del que lo quiere todo para él, es la envidia, son los celes, es el señalar con el dedo a quienes se apartan del camino establecido, es el cumplimiento (el cumplo y miento), es la actitud de los fariseos. Ese hermano mayor, que parece el bueno, que nunca se ha separado del padre, que cumple con sus deberes sin amor, es la actitud de los falsos. Son las personas vacías, egoístas, las que buscan solo la seguridad de la ley “para salvarse ellos solos”. ¡¡Menuda lección!! Y parecía el bueno. Son los que nunca arriesgan, los que no meten la pata, los que parece que todo lo hacen bien. Son los que no aman. Y, por eso, les falla lo esencial. Porque seguir a Jesús es amar.

“Reconoce que tu Padre te acepta”, es otra actitud a tener en cuenta. El sabe de nuestras limitaciones, de nuestros fallos, de nuestras debilidades. Y cuenta con ellos. Por tanto, no hace falta aparentar lo que no somos. Somos débiles, llenos de defectos, pero capaces de amar y de pedir perdón. Y esta es la grandeza. Que Dios nos ama y nos perdona. Echemos de nuestra vida lo soberbia y aceptemos nuestra condición con humildad. Desde ahí es posible pedir y recibir perdón. Amar, aceptación y perdón. Las tres nos conducen a ser auténticos. A abrir el corazón.

“Alégrate con tu Padre”. Porque somos seres afortunados. Somos conscientes de que tenemos fe, que Dios nos quiere, que nos perdona. Hagamos nosotros lo mismo. No echemos tierra a la vida. Vayamos con una sonrisa. La sonrisa de la felicidad de quien sabe amar y se siente amado. Aún en las dificultades.

Todo ello fue regado con abundantes presentaciones, en oración a Dios con los salmos y sintiendo al Padre en el silencio.


 
¿Y ahora qué? Ahora a hacer vida lo vivido. No hemos ido a teorizar. Fuimos a llenarnos de Dios, para que nos sea más fácil la vida de cada día. En casa, en el trabajo, en la sociedad, en el equipo. Que se note. Que no haya sido indiferente este tiempo. Es nuestro momento. En el mundo. Es ahí donde tenemos que hacer realidad estas actitudes. Allí, recogidos, en silencio, con los amigos, es muy fácil. Lo más grande, lo más bello es sentir a Dios en quien nos es desconocido, pero que ha pasado a nuestro lado. Ahí, nuestra seguridad se tambalea. Nuestra fe se pone en duda.

¿Para qué me voy a complicar? Para ser auténtico, para ser cristiano. Es el momento de vivir en el mundo como matrimonios cristianos.

Un abrazo

H yMN


 

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