domingo, 20 de julio de 2014

ACEPTAR LA CIZAÑA NOS HUMANIZA



Domingo XVI Tiempo Ordinario
Evangelio de Mateo 13, 24-43

En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente:
— El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, un hombre fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga, apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
— Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?
El les dijo:
— Un enemigo lo ha hecho.
Los criados le preguntaron:
— ¿Quieres que vayamos a arrancarla?
Pero él les respondió:
— No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores:
— Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.

Hoy reproducimos el comentario que Enrique Martínez Lozano hace al evangelio. Nos ha encantado. No creamos que el fundamentalismo está en los demás, cada uno de nosotros tenemos que mirar nuestra propia vida para descubrir si muchas veces lo que queremos es cambiar a los demás en vez de cambiarnos a nosotros mismos, cuando solo a nosotros mismos es a quienes podemos cambiar, el trabajo es personal. 

Dice Enrique:

"ACEPTAR LA CIZAÑA NOS HUMANIZA

La personalidad fanática tiende a ver la realidad escindida completamente en dos: todo es blanco o negro, verdadero o falso, bueno o malo, “trigo o cizaña”; para ella, no caben otras tonalidades. Por eso, se convierte en juez implacable que “salva” o “condena”.

Sabemos que, tras esa apariencia de dureza e intransigencia, lo que se esconde es una inseguridad amenazadora, aunque con frecuencia inconsciente para el propio individuo. Precisamente, el fanatismo cumple la función de mantenerla a raya, aunque sea a un precio excesivamente alto, por el desgaste y el sufrimiento que conlleva.

La intolerancia, nos advertía el físico ruso Andrei Sájarov, no es sino “la angustia de no tener razón”. Pero imposibilita el descanso y la paz, porque se asienta en una no aceptación de la realidad tal como es.

Algo similar ocurre en las actitudes fundamentalistas: al identificar sus creencias con la verdad, y al haber hecho de las mismas el sostén de su propia seguridad psicológica, no queda otro remedio que condenar tajantemente todo aquello que pueda poner en cuestión el “orden” que su propia mente ha establecido (y que, en el caso religioso, intentará justificar remitiéndose a una autoridad divina).

Y aquí se unen todos esos perfiles mentalmente autoritarios: aun sin pretenderlo, están cultivando la semilla del fanatismo que siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral.

Con un humor que no oculta la tragedia, el escritor israelí Amos Oz escribe lo siguiente: “La esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar. En esa tendencia tan común de mejorar al vecino, de enmendar a la esposa, de hacer ingeniero al niño o de enderezar al hermano en vez de dejarles ser. El fanático es una criatura de lo más generosa. El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte. Liberarte del pecado, del error, de fumar. Liberarte de tu fe o de tu carencia de fe. Quiere mejorar tus hábitos alimenticios, lograr que dejes de beber o de votar. El fanático se desvive por uno. Una de dos: o nos echa los brazos al cuello porque nos quiere de verdad o se nos lanza a la yugular si demostramos ser unos irredentos. En cualquier caso, topográficamente hablando, echar los brazos al cuello o lanzarse a la yugular es casi el mismo gesto. De una forma u otra, el fanático está más interesado en el otro que en sí mismo por la sencillísima razón de que tiene un sí mismo bastante exiguo o ningún sí mismo en absoluto” (A. OZ, Contra el fanatismo, Debolsillo, Barcelona 2005, pp.28-29).

La tragedia puede formularse de este modo: el trigo y la cizaña no se dan en campos diferentes, ni dividen a las personas en dos grupos: buenos y malos, como el fundamentalismo quiere hacer creer. Trigo y cizaña habitan juntos en cada corazón humano.

Más aún: en la medida en que venimos a conocer el funcionamiento de la sombra, nos percatamos de que es precisamente aquello que más nos crispa lo que –aunque reflejado en el vecino- tenemos en nosotros mismos. La “cizaña” que más detestamos en el prójimo es aquella que más escondida se halla en nuestro interior.


Por eso, la actitud sabia es la de “dejarlos crecer juntos”. Tal actitud remite precisamente a lo que tenemos que hacer con la propia sombra: aceptarla, abrazarla, para poder reconocerla como propia –con lo que, al dejar de proyectarla en los demás, renunciaremos a juzgarlos-, sin reducirnos a ella. El regalo que tal trabajo esconde para quien lo emprende es un crecimiento en integración y en humildad. Paradójicamente, la aceptación de la “cizaña” nos ha terminado humanizando, bajándonos del pedestal egoico –hecho de exigencia, perfeccionismo y ciertas ideas de “superioridad”- que sostenía el fanatismo, y acercándonos a nuestra verdad completa".

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