lunes, 3 de junio de 2013

NUESTRA CASA ES EL MUNDO

Todos tenemos nuestro hogar, nuestra tierra, nuestro pueblo. Y está bien. Allí nacemos. Y allí pasamos los primeros años, al menos. Allí aprendemos canciones, calles, colores y nos acostumbramos a aromas, sabores, ruidos. Luego, tal vez, toca moverse. Ojalá no sucumbamos entonces a la añoranza ni la nostalgia. Ojalá allá donde vayamos podamos sentirnos en casa, aunque evoquemos la infancia y sus lugares. Ojalá nadie se sienta «extraño». Que el mundo es casa común que nos has dado, Señor, tú que eliminas barreras y nos das un idioma común.


Quizás esta canción del emigrado te sirva de oración, para sentirte más cerca de los demás, especialmente de quienes han tenido que marchar de sus lugares de origen.

Canción del emigrado

En ciudades ajenas venimos al mundo

y las llamamos patria, mas breve es

el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres.

Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda

el gran aro del sol

ardiente, a través del cual, como en el circo,

salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas

contemplamos las obras de viejos maestros

y, sin asombro, en añejos cuadros vemos

nuestros propios rostros. Habíamos existido

antes, e incluso conocíamos el sufrimiento,

nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia

ortodoxa de París los últimos rusos blancos,

encanecidos, rezan a Dios, varios lustros

más joven que ellos y, como ellos,

impotente. En ciudades ajenas

permaneceremos, como los árboles, como las piedras.

Adam Zagajewski

1 comentario:

  1. Comparto la reflexión porque somos personas creadas por amor y para amar. Juan

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