domingo, 16 de junio de 2013

HAY QUE COMENZAR POR PERDONAR



el perdón es a la persona como la belleza a la naturaleza

Domingo XI Tiempo Ordinario

Evangelio de Lucas 7, 36-50

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo:

― Si éste fuera profeta, sabría quién es esa mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora.

Jesús tomó la palabra y le dijo:

― Simón, tengo algo que decirte.

El respondió:

― Dímelo, maestro.

Jesús le dijo:

― Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?

Simón contestó:

― Supongo que aquel a quien le perdonó más.

Jesús le dijo:

― Has juzgado rectamente.

Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:

― ¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama.

Y a ella le dijo:

― Tus pecados están perdonados.

Los demás convidados empezaron a decir entre sí:

― ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?

Pero Jesús dijo a la mujer:

― Tu fe te ha salvado, vete en paz.

El relato del evangelio nos sitúa ante el perdón.

Una mujer pecadora, reconocedora de sus acciones, parece que exagera ante Jesús: llora, se echa a sus pies, los enjuga con colonia y los besa. Hay en ella una actitud de pedir perdón, de reconocer que no hacía bien las cosas, de llorar porque quería cambiar.

Esa mujer pecadora no creamos que son los demás. Cada uno de nosotros echemos una mirada interior y solo y en silencio, nos preguntemos, ¿quién soy yo? ¿qué hago en este mundo?, ¿cómo comparto los bienes? ¿qué hago con mis cualidades? En esa reflexión quizás haya que dejar que entren no sólo mi ego egoísta sino también mi yo auténtico. Puede ser esclarecedor.

Frente a este actitud  de perdón  Jesús pone de manifiesto la del fariseo: el bueno, el cumplidor, el que sabe mucho, el que está lleno de cualidades, el que cumple escrupulosamente la ley, el que no tiene fallos, el que va por la vida con la cabeza bien alta y como mirando por encima del hombro…Pregúntate, ¿cómo es mi actitud ante la vida?, ¿voy yo así por la vida?, ¿soy yo de los buenos?, ¿soy de los cumplidores? No te engañes, reflexionas solo para ti.

Y Jesús alaba la actitud de la mujer. Amigos, no hay amor sin perdón. Nadie, ningún ser humano, puede amar sin perdonar. Somos débiles, metemos la pata, somos perezosos, encontramos disculpas….y Dios lo sabe…y nos perdona. No hay otro camino. Si quieres amar de verdad,  hay que aprender a perdonar y a pedir perdón.

Porque el perdón:

es el reconocimiento de nuestra debilidad,

es la asunción de nuestra condición de personas,

es saberse humilde y pequeño,

es ponerse en manos de Dios.

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