Para muchas
personas, Dios es cualquier cosa menos alguien capaz de poner alegría en su
vida. Generalmente pensamos que el cristianismo tiene muchas normas que nos
amargan la vida. Pensamos en Dios como en alguien muy exigente. Y por eso
algunos han dejado de creer en Él.
Y hacen
bien, porque ese no es nuestro Dios. En la Parábola del Hijo pródigo el Padre
lanza un grito de alegría cuando vuelve el hijo que se había ido: "Este hijo mío estaba muerto y ha
vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado". Es un Padre maravilloso que no nos quiere dar
lecciones de moral, sólo quiere abrazarnos, porque cuando nos ve volver a Él
desde lejos, sus entrañas se conmueven. Y aunque el hijo quiere pedir perdón,
el Padre no quiere escucharle, solo lo quiere acoger y abrazar.
Ojala los
cristianos seamos capaces de tener la misma acogida llena de alegría que
nuestro buen Padre.
Os
queremos
Huellas
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