Por su interés reproducimos este importante documento. No dejéis de leerlo. Interroga a cada uno
08 de julio, 2013. (Romereports.com)
El Papa
ha celebrado Misa en un
polideportivo de Lampedusa, la
isla italiana a la que llegan cada día decenas de emigrantes ilegales. El altar era de una belleza triste: estaba
apoyado sobre una barca en la que un grupo de emigrantes ilegales intentó
escapar del norte de África en
busca de un futuro mejor.
En su dura homilía, el Papa Francisco ha pedido a la humanidad que no
se acostumbre al sufrimiento de los demás y ha denunciado la “globalización
de la indiferencia”.
Francisco
“Miramos al hermano medio muerto tirado en la calle y quizá pensamos
“pobrecillo”, y seguimos por nuestro camino: no depende de nosotros... Y nos
sentimos justificados”. “Quién ha llorado por estas personas que iban en
barca? ¿Por estas jóvenes madres que llevaban a sus niños? ¿Por estos hombres
que buscaban un modo de sostener a sus familias? Somos una sociedad que ha
olvidado la experiencia del llanto, del “padecer con”: la globalización de la
indiferencia”.
El Papa llevaba vestiduras moradas porque ha deseado que fuera una ceremonia
penitencial para pedir perdón a Dios por los dramas que afronta cada
emigrante ilegal.
Francisco
“Te pedimos perdón por quienes, con sus leyes y decisiones a nivel
mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas. Perdón,
Señor”.
Antes de irse el Papa ha dado las gracias a los habitantes de la isla. Les ha
dicho que son un faro y ha pedido al resto del mundo que los imiten y tengan
el coraje de recibir a los emigrantes que huyen en busca de una vida mejor.
HOMILÍA DEL PAPA EN ESPAÑOL
Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber
sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular
del periódico.
Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente
tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente,
como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía
que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a
despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que
no se repita, por favor.
Antes que nada quisiera tener una palabra de sincera gratitud y de
ánimo para con ustedes, habitantes de Lampedusa y Linosa, para con las
asociaciones, los voluntarios y las fuerzas de seguridad, que han prestado y
prestan atención a personas en su viaje hacia algo mejor. ¡Ustedes son una
pequeña realidad, pero dan un ejemplo de solidaridad! ¡Gracias! Gracias
también al Arzobispo Mons. Francisco Montenegro por su ayuda, su trabajo y su
acompañamiento pastoral. Saludo cordialmente a la alcaldesa, la señora Giusi
Nicolini: muchas gracias por lo que ha hecho y sigue haciendo. Quiero tener
un recuerdo para los queridos inmigrantes musulmanes que esta tarde comienzan
el ayuno del Ramadán, con el deseo de abundantes frutos espirituales. La
Iglesia está a su lado en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y
para sus familias. A ustedes: (oshiá)!
Esta mañana, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado,
quisiera proponer algunas palabras que más que nada remuevan la conciencia de
todos, nos hagan reflexionar y cambiar concretamente algunas actitudes.
"Adán, ¿dónde
estás?": es la primera pregunta que Dios
dirige al hombre después del pecado. "¿Dónde estás, Adán?". Y Adán es un hombre desorientado
que ha perdido su puesto en la creación porque piensa que será poderoso, que
podrá dominar todo, que será Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se
equivoca, y esto se repite también en la relación con el otro, que no es ya
un hermano al que amar, sino simplemente alguien que molesta en mi vida, en
mi bienestar. Y Dios hace la segunda pregunta:
"Caín, ¿dónde está tu hermano?". El sueño de ser
poderoso, de ser grande como Dios, en definitiva de ser Dios, lleva a una
cadena de errores que es cadena de muerte, ¡lleva a derramar la sangre del
hermano!
Estas dos preguntas de Dios resuenan también hoy, con toda su fuerza.
Tantos de nosotros, me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos
ya atentos al mundo en que vivimos, no nos preocupamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos y no somos capaces
siquiera de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación
alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos
asistido.
"¿Dónde
está tu hermano?", la voz
de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no
es una pregunta dirigida a otros, es una
pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros.
Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones
difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto
mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas
veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran
acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios! Y una vez
más les doy las gracias a ustedes, habitantes de Lampedusa, por su
solidaridad. He escuchado, recientemente, a uno de estos hermanos. Antes de
llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes, aquellos que se aprovechan
de la pobreza de los otros, esas personas para las que la pobreza de los
otros es una fuente de lucro. ¡Cuánto han sufrido! Y algunos no han
conseguido llegar.
"¿Dónde
está tu hermano?". ¿Quién es el responsable de esta sangre? En la
literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los
habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un
tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la
ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: "¿Quién ha matado al
Gobernador?", todos responden: "Fuente Ovejuna, Señor". ¡Todos
y ninguno!
También
hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre
de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido
yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos
pregunta a cada uno de nosotros: "¿Dónde está la sangre de tu hermano
cuyo grito llega hasta mí?". Hoy nadie en el mundo se siente responsable
de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído
en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que
hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio
muerto al borde del camino, quizás pensamos "pobrecito", y seguimos
nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos
sentimos en paz.
La
cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace
insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son
bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo
provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la
globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos
caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al
sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos
concierne!
Vuelve la figura del "Innominado" de Manzoni. La
globalización de la indiferencia nos hace "innominados",
responsables anónimos y sin rostro.
"Adán,
¿dónde estás?", "¿Dónde está tu hermano?", son las preguntas que Dios hace al principio de la humanidad y que
dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros.
Pero
me gustaría que nos hiciésemos una tercera pregunta: "¿Quién de
nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?". ¿Quién ha
llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por
esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a
sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias
familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de
"sufrir con": ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado
la capacidad de llorar! En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto,
el gran lamento: "Es Raquel que llora por sus hijos… porque ya no
viven". Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su
propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo…
Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado
de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por
nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en
nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones
socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. "¿Quién ha llorado?".
¿Quién ha llorado hoy en el mundo?
Vuelve la figura del "Innominado" de Manzoni. La
globalización de la indiferencia nos hace "innominados",
responsables anónimos y sin rostro.
Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos
perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos,
Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio
bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con
sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos
dramas. ¡Perdón, Señor!
Señor, en esta liturgia, que es una liturgia
de penitencia, pedimos perdón por la
indiferencia hacia tantos creado situaciones que llevan a estos dramas.
¡Perdón, Señor!
Señor, que escuchemos también tus preguntas: "Adán, ¿dónde
estás?". "¿Dónde está la sangre de tu hermano?".
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