martes, 14 de julio de 2015

HOY LEEMOS A HENRI CAFFAREL

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Con el primer Equipo.

UNA “IGLESIA EN MINIATURA”[1]

Cada vez que se quiere profundizar en un aspecto de la vida de matrimonio o de la familia, es preciso volver a la enseñanza de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio[2]. Este sacramento tiene como característica que su objeto no es el individuo como en los otros sacramentos, sino la pareja en tanto que pareja. En efecto, funda, consagra, santifica esta pequeña sociedad, única en su género, que forman el hombre y la mujer casados. Y es la única institución natural que goza del privilegio de entrar en el orden de la gracia, de estar ligada, como tal, al Cuerpo místico. Esto, en efecto, no se puede decir ni de una nación, ni de un monasterio: sus miembros pueden estar ligados al Cuerpo místico, pero no la agrupación en tanto que grupo. Mientras que la pareja, ella, unida al Cuerpo Místico, es una ramificación, un órgano de este Cuerpo, cuya vida la penetra y la lleva. Esta vida, vosotros lo sabéis, tiene una doble orientación: a la vez cultual y apostólica.

A lo largo de las páginas que siguen, este es el primer aspecto que debe retener vuestra atención. Partimos de la noción de matrimonio cristiano. No es solamente el don recíproco del hombre y de la mujer; es también el don, la consagración de la pareja a Cristo. En adelante, en esta pareja que, dándose, queda abierta a él, Cristo está presente; y es por esto por lo que san Juan Crisóstomo la llama una “iglesia en miniatura”. Esta presencia, es cierto, ya tiene lugar cuando dos o tres están reunidos en nombre de Cristo (Mt 18,20), pero en el caso de la pareja hay algo más y mejor: un pacto, una alianza, en el sentido bíblico de la palabra, entre Cristo y el hogar. Lo que Yahvé decía en otra ocasión: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”, Cristo, a su vez, lo dice a la pareja. Así, unido a la pareja, presente en la pareja, Cristo aspira a dar gracias a su Padre, a interceder con y por los esposos en el mundo entero…

El tiempo fuerte de este culto de la pareja, es precisamente la oración conyugal. Y por la noche, cuando este hombre y esta mujer oran, es la oración de su Hijo bien amado lo que el Padre de los Cielos escucha, porque, dentro de su corazón, el Espíritu de Cristo inspira sus sentimientos.

En tanto no se alcance este nivel, no se puede coger ni promover la oración conyugal. Su necesidad y su grandeza no se explican más que en la perspectiva del sacramento del matrimonio. En una palabra, cuando Cristo une por su sacramento a un hombre y a una mujer, es para fundar un santuario, este santuario que es un hogar cristiano, donde él, Cristo, podrá celebrar, con esta pareja, por esta pareja, el gran culto filial de alabanza, de adoración y de intercesión que ha venid a instaurar en la tierra…

¿Y la oración familiar? Muy pronto, en efecto, la pareja se transforma en familia. La oración conyugal entonces muy naturalmente se convierte en oración familiar. Yo no digo que la oración familiar sustituye a la oración conyugal, sino más bien que la oración conyugal se expansiona en oración familiar. La distinción es importante. Esto quiere decir que para captar el significado profundo de la oración familiar, es preciso partir de la oración conyugal.

Hemos dicho que la pareja es célula de la Iglesia, es partícipe de la vida de la Iglesia: para la pequeña célula como para la Iglesia entera, la primera función es el culto a Dios. No olvido que la pareja tiene otra función característica, específica: la procreación. Pero esta misma procreación, en un hogar cristiano, no se comprende bien sino es con respecto a su misión cultual. Expliquémonos.

El gran objetivo de la fecundidad, en un hogar cristiano, es, o al menos debería ser, engendrar y formar “adoradores en espíritu y verdad” para que sobre la tierra continúe el culto al verdadero Dios. Pero en espera de que los niños tomen el relevo fundando familias a su vez, he aquí que se les asocia la oración conyugal y, gracias a ellos, se expande en oración familiar, como la savia pasa del tronco a las ramas con el fin de que soporten las hojas, las flores y los frutos. La oración conyugal se une a los hijos para cantar la gloria del Señor en nombre del mundo entero. Así entendida, la oración familiar es diferente de una conmovedora costumbre: es verdaderamente la actividad primera, capital, fundamental de la familia cristiana. Es la que distingue la familia cristiana de una familia no cristiana. En consecuencia, la oración familiar no será solamente la oración del padre o de la madre, ni incluso la oración de los dos, ni solamente la oración de los hijos, sino la oración de todos, unánimes, en la que nadie es simple espectador, en la cual cada uno participa activamente.

HENRI CAFFAREL




[1] Editorial de la LETTRE MENSUELLE DES EQUIPES NOTRE-DAME, Mars 1962.
[2] Extractos de una conferencia hecha en las Jornadas de Hogares responsables, en octubre 1958, y aparecida en el nº 98 de “l’Anneau d’Or”

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