viernes, 11 de noviembre de 2011

DEJANDO LASTRE



A fuerza de insistir conseguí que vinieras por casa. No te apetecía tomar ninguno de los diversos tés que te ofrecía. Me dijiste que te apetecía andar, junto al río, disfrutando de los dorados de este otoño bien entrado.

Uno a uno fue desgranando, como si se tratara de una mazorca de maíz, los pesares de mi alma, aquellas cosas que me hacían sentir pesado, triste o enredado en mil tonterías. Te conté que iba a empezar a poner límites en mi vida y parar esa loca carrera de entrar en cada tienda de colores. Te hablé de mi necesidad de escribir todas las cosas importantes que estaba viviendo y de hacer algunas llamadas pendientes. Me costó decirte que llevaba un par de odios en mi mochila que me agarraban al estómago y me imposibilitaban disfrutar de la comidas. Te hablé de él y cómo había entrado en mi vida y me sentía bloqueada para acercarme y darle las gracias o invitarle a una copa o preguntarle por su último poema.

Por aquella verada asfaltada fui soltando mis miedos, como los árboles van soltando las hojas a su tiempo.

¡Nunca había visto el otoño tan hermoso!.

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