Morir es morir hacia la Vida.
Resucitar es entrar en la Vida definitiva, en la Vida de la vida.
Morir y resucitar en Cristo es
la expresión de la fe cristiana en la vida verdadera y eterna, que no consiste
en la inmortalidad de un alma separada, ni en la recuperación del cuerpo que se
convirtió en cadáver y fue cremado o enterrado.
Se expresa bien el umbral de
la muerte con la metáfora de la puerta. La muerte es puerta de salida de esta
vida y puerta de entrada en la Vida de la vida. La salida de esta vida, es
decir, la muerte es un hecho histórico, acreditado por el certificado de
defunción. La entrada en la Vida de la vida no es un hecho histórico, sino
transhistórico: la resurrección.
La resurrección es la
interpretación de fe del sentido de la muerte. Desde el lado de acá del umbral
de la muerte podemos certificar el hecho histórico de la defunción. Pero la
realidad transhistórica de la resurrección no se puede certificar como hecho
histórico; se da testimonio de ella como confesión de fe.
Para poder certificarla desde
el otro lado de la puerta, es decir, para mostrar que esa puerta es puerta de
entrada en el más allá, la que se ve como puerta de salida desde el más acá,
tendríamos que estar ya en la otra orilla, es decir, tendríamos que haber
muerto y resucitado.
Pero la fe puede afirmarlo,
porque creer es haber muerto: la fe y la contemplación son como una muerte en
vida. Pablo puede afirmar la resurrección desde su confesión de fe, porque como
él dice, creer en Cristo es haber muerto y resucitado ya ahora (Col 3, 1). Lo
mismo que, según el evangelista Juan, quien vive y cree en Cristo, no morirá nunca
(cf Jn11, 26) (También en la vivencia del Zen se solapa la iluminación con una
gran muerte en vida!).
Jesús muere en cruz hacia la
Vida y entra en ese momento en el “hoy eterno de Abba”, desde donde difunde su
Espíritu. No necesita tumbas vacías para justificar que Él Vive, ni tiene que
esperar tres días para resucitar, ni semanas para ascender a Abba y descender
como Espíritu: muerte, resurrección, ascensión y pentecostés son todo un mismo
instante, que la proclamación narrativa de la fe desplegará temporal y
espacialmente en el lenguaje simbólico de apariciones pascuales o
pentecostales.
“Morir es nacer a la vida
verdadera. Morir a la vida de este mundo es nacer a la vida definitiva...” (Ver
más, en las páginas 181-188, de Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis,
Desclée de Brower y Religión Digital Libros, 2015).
Juan Masiá
Religión Digital
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