Pokhara, ciudad de Nepal, con el Himalaya al fondo |
Vivir del mismo modo, con
independencia de que se crea o no en que hay algo más tras la muerte, obliga a
alinear las creencias religiosas y los derechos terrenales. También ayuda a ser
más libres.
En la película Qué bello es
vivir (1946), del director Frank Capra, el protagonista, George Bailey,
encarnado por James Stewart, está a punto de suicidarse. Antes, un ángel le
permite ver cómo sería el futuro sin su presencia. Visualiza un mundo peor. Así
que cuando regresa de nuevo al momento previo al suicidio, en lugar de lanzarse
por el puente, decide regresar a su hogar para que el mundo sea mejor gracias a
estar él con vida. Son muchas las películas donde el protagonista tiene
oportunidad de observar su futuro o su pasado desde el más allá. De casi toda
ficción de ese tipo, libros, relatos, filmes…, se infiere algo fundamental:
que, según lo que pensamos que nos espera, decidimos vivir de un modo
determinado
La historia de las
civilizaciones está plagada de costumbres que nos obligan a sacrificarnos por
lo que pueda haber tras la muerte. Hay creencias que incluso obligan a tareas y
conductas concretas, algunas realmente exigentes. Podríamos pensar que estos
comportamientos son propios de culturas pasadas. Sin embargo, la religión
protestante sigue considerando que el juicio final depende en gran medida de lo
que uno haya aportado a la sociedad en lo material y económico durante la vida.
En la católica, por su parte, se considera que los malos o buenos
comportamientos determinan la salvación o condena de las almas.
Bajemos la cuestión a la
tierra. Existen solo dos posibilidades. Que tras la muerte haya algo o que no
haya nada. Veamos las conductas en cada caso.
Establecer relaciones
causa-efecto entre vida presente y eventual vida futura allana el camino a la
manipulación
Entre aquellos que piensan que
sí hay algo, lo interesante desde un punto de vista conductual es que, por lo
general, establecen una correlación entre lo que encontrarán y su
comportamiento. Sistemáticamente se considera la vida una especie de prueba
para determinar si merecemos una existencia mejor, más larga o eterna. ¿Por
qué? Establecer relaciones causa-efecto entre vida presente y eventual vida
futura allana el camino a la manipulación del individuo. Si nadie sabe a
ciencia cierta qué hay después de la vida, ¿cómo puede defenderse que existen
reglas causa-efecto entre ambas existencias? La vida eterna es una cuestión de
fe, pero lo que nos espere después y de qué dependa está impregnado de tanta
suposición como las religiones de antiguas civilizaciones.
Supongamos por un momento que
alguien de ferviente fe y que creía en el más allá pasa a considerar que no hay
nada tras la muerte. Absolutamente nada. ¿Cómo actuaría? ¿Dejaría de hacer el
bien? ¿Modificaría su moral? ¿Su ética? Y, lo más importante, ¿sus conductas y
comportamientos? Este es un supuesto muy terapéutico. La creencia en un Dios se
ha asociado tradicionalmente a la de una vida eterna o prolongación de la
existencia. Con el único objetivo de revisar conductas, permítanme esta
pregunta: ¿puede existir un Dios creador pero no una vida eterna? Supongamos
que sí. Esta hipótesis permitiría a los creyentes liberarse en vida de
cualquier eventual manipulación por parte de los administradores de las
religiones, sean cuales sean estas. Abrazar una fe sería una cuestión de
principios, no de futuros indemostrables.
Las religiones son un modo de
acercarse a un concepto de Dios y de vivir según un mandato divino o una
determinada moral. ¿Por qué se ha hecho preciso un incentivo o castigo para que
los fieles acaten las normas? Probablemente por cuestiones educativas, religiosas,
sociales y, por supuesto, organizativas.
Actuar conforme a una fe o
principios independientemente de una vida futura dejaría de condicionar cómo
vivimos la actual y respondería a lo que sabemos: que la vida póstuma no es
segura y la presente sí. Eso no significa caos, desorden, amoralidad o falta de
ética. Significa libertad máxima. Se puede vivir plena y libremente sin pasar
por encima de las libertades de los demás. ¿Puede una vida ser plena si está
vinculada a una eventual futura existencia? Para los santos, mártires y muchos
creyentes, sí. A otros les causa mucho sufrimiento, contradicciones y
conflictos.
Queda una tercera solución
interesante. Se trata de creer ambas cosas al mismo tiempo. Que hay algo y no
hay nada. ¿De qué serviría en nuestro día a día? Probablemente, uno alcanza la
máxima virtud cuando vive de la misma forma tanto si cree que hay vida en el
más allá y un Dios que le juzgará como si piensa que no hay nada, que uno
cierra los ojos y se acabó la película, sin salvación ni condena. Si bajo ambas
premisas el comportamiento y valores con los que uno vive son los mismos, esa
persona estará actuando libre de coacción, manipulación, presunciones o
posibles falsas creencias. Y no está reñido con cualquier modo de fe. Vivo hoy
según mi fe por lo que al presente le reporta, no por lo que al futuro pueda
suponerle. Lograrlo hace a una persona completamente dueña de su libertad y la
lleva a vivir una vida plena, sin importarle lo que vendrá, o no vendrá,
después. Alguno esgrimirá que en eso consiste la salvación. Puede ser. No me lo
planteo.
Lo que sí sé es que vivir de
un mismo modo haya o no haya vida después obliga a una persona a alinear sus
creencias religiosas y las humanas, los mandatos divinos y los derechos
terrenales, y que su fe en Dios, en caso de darse, coincida con la naturaleza
que ese Dios le ha dado. Somos seres humanos. Y pienso humildemente que, de
existir un Dios, lo único que espera de nosotros es que nos comportemos como
tales.
Fernando Trías de Bes
El País semanal
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