El
enfado y la ira son emociones normales del ser humano (Jakob Helbig - Getty)
Tensión muscular, incremento
del ritmo cardiaco y dientes e incluso puños apretados. La imagen descubre un
enfado que ha alcanzado su manifestación física.
Enfadarse es algo inherente al
ser humano: “Es muy importante subrayar que el enfado o la ira, como lo
denominamos en psicología, es una emoción normal, que todos tenemos”, afirma
Inés Magán, doctora en psicología, profesora en la Universidad Camilo José Cela
de Madrid y coautora del libro La Ira (Ed. Grupo 5, 2016). Pero, ¿eres capaz de
mantener esta reacción en la línea saludable?
La
ira puede ser positiva
El enfado es una alarma que se
activa cuando algo no funciona adecuadamente (Jacquie Boyd - Getty)
Sin embargo, y aunque resulte
extraño, la ira es una emoción relacionada con la resolución de problemas.
Aunque este estado desencadene
sensaciones negativas en nuestro organismo, es una alarma que se enciende
cuando algo no funciona. “Que se asocie a malestar no quiere decir que sea mala
en sí misma, pensemos en el dolor físico, genera malestar pero nos avisa de que
algo puede estar mal en nuestro organismo. En este sentido, la ira es
problemática solo si es muy intensa, frecuente, en definitiva, si es
desproporcionada o las consecuencias son muy negativas”, continúa la experta.
Buenas
prácticas del enfado
De su proporción, ajuste con
la realidad y tiempo depende que el enfado sea una herramienta o se transforme
en un tormento. De hecho, existen varios tipos de ira: una adaptativa y otra
disfuncional.
La ira disfuncional es la que
tiene consecuencias negativas para uno mismo”
“La primera es la ira
saludable, la que nos ayuda a resolver conflictos con otras personas,
manifestar aquello que se desea cambiar, defender nuestros intereses o
derechos…”, señala la psicóloga. Esto se cumple siempre que se exprese desde el
respeto, la calma y la firmeza.
La segunda, la disfuncional,
“es aquella que tiene consecuencias negativas para uno mismo y para las
personas que nos rodean y el entorno”, añade. Esta comienza cuando,
coloquialmente, nos sacan de nuestras casillas. Algo que, lamentablemente,
solemos ver cuando alguien pierde los nervios al volante. ¿Resultados? Gritos,
insultos e incluso golpes o peleas.
1.
Huir de la represión
Cuando se suprime la expresión
del enfado la reacción posterior suele ser desproporcionada (Mike Kemp - Getty)
Maquillar los sentimientos
negativos que ha podido generar una situación, poniendo una sonrisa rígida, es
contraproducente.
La supresión del enojo puede
desembocar en lo que se denomina estilo pasivo-agresivo. “Cuando se suprime la
expresión del enfado hasta que un día no se puede más y se estalla
habitualmente de forma muy desproporcionada en relación con el suceso que ha
generado ese enfado”, resalta la doctora.
Dependiendo del grado en que
nos afecte la situación, existen varias tácticas para afrontarla. “No se trata
de reprimirlo, porque no es sano, es preferible relativizarlo y no darle
importancia. Si es algo importante para nosotros, hay que planificar qué decir,
cómo, cuándo y dónde”, señala a especialista.
2.
El caso del tardón
Son múltiples las situaciones
que desatan la ira cotidiana, pero las reacciones suelen ser las mismas.
“Tan inadecuado es no decir
nada, pero estar cortante, como decir no puedo más” Inés Magán. Doctora en
psicología, profesora en la Universidad Camilo José Cela de Madrid
El conflicto puede estallar,
por ejemplo, cuando el concepto de puntualidad inglesa tiene significación solo
para una de las personas que han fijado una cita. “Tan inadecuado es no decir
nada, pero estar cortante, como decir: ¡no puedo más, siempre estás igual!”,
dice Magán.
Expresar el malestar sí, pero
sin culpar y agredir. Lo mejor es contextualizar y ser concretos: “sé que
últimamente no tienes tiempo, pero no me gusta estar esperando a que llegues.
Me gustaría que intentemos ser más puntuales y, así, yo pueda organizarme
mejor, ¿te parece?”, recomienda.
3.
Objetivo: frenar la discusión
Lo importante es no entrar en
el juego (Image Source - Getty)
Aunque sobre el papel parezca
sencillo redirigir las emociones, si la situación ha desembocado en un estado
de rabia y desasosiego el enfrentamiento está servido.
“Obviamente, si no vamos a ser
capaces de hacer esta crítica de manera calmada y asertiva, es mejor posponerlo
para tomar perspectiva. Manifestar el enfado cuando se está alterado puede ser
contraproducente, puesto que podemos decir cosas de las que luego nos
arrepintamos”.
Pero, si somos nosotros
quienes nos exponemos a una persona iracunda, ¿cómo desarrollar el encuentro
reduciendo al máximo los daños colaterales?
Lo primero es evitar entrar en
el juego. “Hay que indicarlo sin perder las formas ni la compostura. Si la
persona persiste, puede ser necesario que salgamos de la situación, avisando
siempre claro, y que indiquemos que se habla todo cuando se esté más
tranquilo”, concluye la experta.
Tomado de La Vanguardia, 2016
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