Dice Fidel Delgado: Ssmos “seres-humanos”:
en cuanto “humano”, soy una forma transitoria, sumamente vulnerable y amenazado
de muerte, y por eso lleno de inseguridad y de miedos; sin embargo, en cuanto
“ser”, soy una realidad ilimitada y siempre segura.
Esta es nuestra paradoja,
que no conviene olvidar, si no queremos perdernos en la confusión: somos “ambas
identidades”. Y tal paradoja encuentra una admirable convergencia con lo que ha
visto la física cuántica: el Todo se halla en cada parte.
La paradoja –omnipresente
en toda la realidad- expresa una doble verdad, que es también en sí
misma paradójica: que toda la realidad manifiesta es polar –no existe nada sin
su polo opuesto- y que esa aparente contradicción solo queda resuelta en un
lugar “superior”, que abraza ambos polos en una unidad mayor. A este abrazo o
unidad englobante que no destruye las diferencias es a lo que llamamos
“no-dualidad”.
Polaridad y no-dualidad, por
tanto, no solo no se excluyen entre sí, sino que explican el carácter
paradójico de lo real. Podemos ver lo real como una infinidad de “puntos”
separados que, en un nivel más profundo, son una y la misma realidad que están
expresando. Si absolutizáramos el valor de los “puntos” en sí mismos,
estaríamos ignorando justamente aquello que los explica y les da consistencia.
Solo cuando los vemos como expresiones del Todo único, alcanzamos la compresión
adecuada, integrada y holística. Pero eso requiere que nos situemos en otro
“lugar” desde el que es posible una perspectiva global, un “nuevo modo” de ver.
Al aplicar todo ello a
nuestro caso, descubrimos que somos, a la vez, la “parte” –un
“punto” particular de la única “red”: el yo individual- y somos, más
profundamente, el “Todo” –la “red” completa: el Yo Soy universal-.
Si nos reducimos al yo, todo
será confusión y sufrimiento. Solo cuando advertimos nuestra identidad
ilimitada, somos capaces de comprender el “juego” de la Vida, que no consiste
en otra cosa sino en el despliegue admirable del Ser en cada una de las
infinitas formas que lo expresan, en una hermosa e inequívoca no-dualidad. El
“Yo Soy” uno se disfraza y “juega” en cada yo individual.
Si nos percibimos únicamente
como yoes individuales (o “puntos” aislados en todo el conjunto), serán
inevitables la soledad, el miedo y la ansiedad, la comparación, la
confrontación, el juicio, la descalificación del otro... Si, por el contrario,
tenemos la lucidez suficiente para colocarnos en aquel “lugar” donde los “puntos”
son trascendidos, la comprensión y la compasión serán inevitables:
porque todo otro, en el nivel más profundo y en el sentido más
verdadero, soy también yo mismo.
Con todo ello, me parece
claro que vivir ajustadamente esa realidad paradójica que somos requiere consciencia –para
no olvidar nunca lo que somos de fondo, aquella realidad ilimitada y siempre a
salvo- y compasión–para amar la forma frágil y vulnerable, en que
se está expresando de modo transitorio-.
En realidad, la consciencia
(o sabiduría) y la compasión son las dos caras de la misma realidad y de la
misma actitud. Así lo han expresado los sabios, con cuyas palabras os dejo:
“El amor dice: «Yo soy todo». La sabiduría dice:
«Yo soy nada». Entre ambos fluye mi vida” (Nisargadatta).
“La compasión ve al Uno
en los muchos, la sabiduría ve a los muchos en el Uno” (Frances Vaughan).
“La gran compasión que
surge de la experiencia de unidad se experimentará como la fuerza motriz del
universo” (Willigis Jäger).
Enrique Martínez
Lozano
Combinar comprensión y compasión son el ingrediente perfecto para una vida total, llena, comprensible hasta la divinidad. Desde todo está bien. Todo está unido. Todo es de todos. Merece la pena releer el artículo una y otra vez para asimilarlo.
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