Quizás no hay muchas cosas
en las que todos los humanos nos podamos poner de acuerdo, pero, sin duda, una
es la búsqueda de la felicidad. No conozco a nadie que no quiera ser
feliz. De un modo o de otro, todos buscamos ser felices. Otra cosa será lo
que entendemos por felicidad, o en qué consiste ser feliz.
El Papa, en la encíclica
sobre la cuestión ecológica, nos regala unas palabras que me gustaría traer
para mostrar un camino de felicidad, tal vez poco explorado por el hombre
contemporáneo. Escribe el Pontífice: “En realidad, quienes disfrutan más y
viven mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando
siempre lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar a cada
persona y cada cosa, aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple.
Así son capaces de disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el
cansancio y la obsesión.
Se puede necesitar poco y
vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar otros placeres y se
encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, en el
despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el contacto con la
naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar algunas
necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples
posibilidades que ofrece la vida” (n. 223).
Se trata de gozar de lo
pequeño, de lo cotidiano, de lo que hacemos siempre. Para ser feliz no hace
falta hacer cosas extraordinarias, o hacer algo nuevo y distinto cada día; basta
con convertir lo ordinario en algo nuevo y hermoso, en un motivo para seguir
adelante, en un camino de esperanza. Aunque pueda sorprendernos, la
humildad y la austeridad de vida son un camino precioso a la felicidad.
Podemos aprovechar el tiempo
de descanso estival para pensar en esto.
Tomado del nº 2.949 de Vida
Nueva
GINÉS GARCÍA BELTRÁN | Obispo de Guadix-Baza
No hay comentarios:
Publicar un comentario