Nos vais a llamar
exagerados. No nos importa. Os lo contamos como lo hemos vivido. El Señor
resucitado se nos apareció en el camino.
Ibamos camino de Aragón. La verdad es que no íbamos tristes como los discípulos
de Emaús, pero haciendo el camino llegamos a Palencia, donde nos recibieron los
amigos de los ENS; y la acogida fue tal, que notamos la presencia del Señor. Durante
el largo camino hasta llegar a Tarazona, era tanta la alegría y la hermandad
que, definitivamente concluimos que el Maestro iba con nosotros.
Todos los días en nuestros desplazamiento mañaneros,
aprovechábamos para alabar al Señor, con el rezo del canto de los Laudes y
luego nos disponíamos a disfrutar del día con lo que tocara. Tarazona, que era
el campamento base, donde teníamos el hotel, casi recostado en la falda del
Moncayo que veíamos desde la ventana de nuestra habitación nada más
despertarnos.
Tarazona es una ciudad antiquísima que tiene su esplendor
en la Edad Media, cuando goza de las tres culturas (judío, moros y Cristianos),
que dejaron su impronta en la ciudad. Tiene una hermosa catedral y toda ella
muy digna de verse, sede de la Diócesis del mismo nombre. Es una ciudad llena
de años, ruinas, arte y cultura.
No vamos a ser prolijos, pero en estos días hemos visto
cosas muy hermosas. En el monasterio de Veruela, recordamos la estancia de
Gustavo Adolfo de Bécquer, que fue conde escribió cartas desde mi celda. Algún
párrafo hermoso nos leyó, después en el autocar, María Angeles.
Habíamos estado el día anterior en Tudela (Navarra),
donde comimos deliciosas verduras de la zona. Visita obligada a la catedral
donde oímos misa. Allí conocimos a las Peregrinas de la Eucaristía, nueva
congregación religiosa (el Espíritu no cesa de promover y repartir carismas).
Este miso día visitamos las Bardenas reales, también en Navarra, reserva de la
Biosfera, con formaciones caprichosas, debidas la erosión multisecular.
Entre el sábado y el domingo, visitamos una almazara y
una bodega en la Ruta de la Garnacha en el Campo de Borja. Ya de vuelta a casa
el Domingo visitamos el monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, en
tierras Sorianas, hermosísimo, por cierto, donde oímos misa con los monjes que
aún quedan, unos quince; parecía que estábamos en el cielo. Creemos que, al
menos en un rinconcito.
Terminamos comiendo en Almazán, villa cargada también de
historia y arte que nos enseñó un amigo de un hijo de Pedro Pablo y María
Angeles. No podemos entrar en detalles, pues no terminaríamos. Llegamos a
Palencia con unas vivencias entrañables y con un regusto, el que deja las cosas
plenamente hermosas. Nosotros desde estas líneas, queremos volver a dar las
gracias a los ENS de Palencia y muy especialmente a Pedro Pablo y María
Angeles.
José Luis y Mili
Explendido resumen de la convivencia, como explendido fue el comportamiento de todos cuantos convivimos en estos días inolvidables.
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