lunes, 22 de mayo de 2017

MI BODA CON LA INFINITUD


Hace unos días que ha muerto un amigo. Y tan solo hace unas horas que acabo de salir del entorno en el que se ha producido el último adiós a su persona. He asistido a una ceremonia de despedida que de forma amorosa y magistral han organizado sus hijos en la capilla de un tanatorio.

¡Cuánta belleza humana he admirado! Minuto a minuto la música, los cantos en directo, las palabras de quienes lo han conocido, la gratitud que inundaba la sala… todo aquello por tener el sello de una profunda autenticidad, ha sido un acontecimiento difícil de olvidar, sin dramas ni penas añadidas. Todo un regalo envuelto de alta cultura.

En realidad, gran tema éste el de la muerte y todo lo que su poderosa ola de infinitud moviliza en quienes pilla cerca. Reconozco que la muerte, sea de quien sea, siempre me ha parecido merecedora de una agridulce sonrisa y a su vez un acontecimiento que nunca he considerado como una calamidad. Me refiero a una sonrisa tan grande y profunda que es capaz de convivir con la lágrima y el dolor del desapego. Otra cosa es el sufrimiento, del que ahora no es momento de hablar porque nada tiene que ver con la muerte, son cosas distintas y, en muchos casos, desgraciadamente asociadas.

Personalmente creo que todos los moribundos con los que nos cruzamos, nos hacen algún tipo de regalo al despedirse y, sin duda, el regalo que mi querido JL me legó al partir, sucedió al poco de salir de la capilla del tanatorio en el que se realizó la última despedida y mientras conducía de vuelta a casa.

¿Cuál ha sido su regalo?

Pues muy sencillo: a mi mente le ha dado por abrir un espacio creativo procediendo a ponerme en el lugar del muerto y preguntarme: “Si fuera yo quien estuviese ahora en la caja, ¿Qué tipo de despedida me gustaría se hiciese?”

Pues bien, si jugamos a poder elegir lo que harían mis sucesores, en plan de crear un “adiós a la carta” y, además, tuviese a mano la posibilidad de elaborar un menú funerario, ¿cómo lo diseñaría?

En primer lugar me gustaría que el encuentro de amigos fuese en un lugar secular, no necesariamente en una iglesia. Y esto lo digo honrando religiones y templos que tanto han contribuido al alivio de los seres humanos. Me refiero a un lugar en el que haya plantas, frutas, libros sagrados, obras de arte y cosas significativas… es decir, un espacio acondicionado a la belleza y al esplendor de la vida misma. Y digo vida con la consciencia de que es realmente la vida la que me gustaría fuese la verdadera protagonista de mi despedida. En realidad cuando miramos a la muerte es cuando más nos damos cuenta de lo vivos que estamos y las infinitas oportunidades que esto trae.

En segundo lugar, quisiera que ese momento de despedida fuese algo valioso para las personas que allí acudiesen, algo valioso para sus propias vidas. Pienso que el valor de tal encuentro no estará en evocar ciertos sentimientos de recuerdo acerca de mi ex persona que, por cierto, ya será “agua pasada” para todos, sino lo que la vida regale en esa reunión a los presentes, algo vivo y fértil para sus correspondientes vidas. ¿A qué regalo me refiero? Quizás me quedo tranquilo nombrándolo como sincero entusiasmo y Vida Consciente.

Para ello encomiendo a quien conduzca la ceremonia el “comunicar el deseo del difunto”, un deseo consistente en invitar a los allí reunidos a dar forma a su particular “milagro”, procediendo a indagar, ¿qué supondría para mí un milagro? ¿cuál es el anhelo de mi vida que por su dimensión no podría suceder más que en forma de milagro? ¿Y a su vez, cuál sería el deseo que pediría para esta humanidad a la que pertenezco? En realidad en cada escrito habría dos sueños, uno para uno mismo y otro para la Humanidad.

Una vez hecha tan íntima indagación y atreviéndose cada uno a soñar y conectar con sus propias utopías, propondría el trascribir dicho milagro y depositarlo en la caja del muerto. El gran juego consistirá en elegir creer que tal y como dijo JM Doria, tales anhelos serían llevados por él mismo hasta el infinito.

Quisiera asimismo que en la atmósfera de este adiós, es decir mi muerte fuese enfocada como una boda, una boda de JM con la Infinitud. Y dado que el infinito es un océano de posibilidades insospechadas, puedo afirmar todavía en plena vida que prometo llevar en mi travesía los sueños de todos y, además, conseguir que se cumplan, jaja.

No pienso explicar las razones cuánticas que operan en la mente humana para racionalizar lo que de por sí es un precioso acto de creación, sino más bien convocar al niño consciente que vive en nosotros y abrirnos a las posibilidades que la vida en ciertos momentos ofrece desafiando a la mente y sus condicionamientos limitadores.

Jose María Doria , DIRECTOR DE LA ESCUELA TRANSPERSONAL


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