miércoles, 4 de mayo de 2016

RAMAYAT: UN HOMBRE SABIO Y COMPASIVO


Una noche de tormenta, en un lejano monasterio entre altas montañas, llamó a la puerta un hombre ya maduro que según afirmó, buscaba el sentido de su vida. Ramayat que era así como se llamaba, explicó que su intención era iluminar su mente y abrir el corazón de forma contemplativa y laboriosa.

Tras ser admitido por la comunidad que allí se congregaba, pidió que se le encomendasen los trabajos más duros que pudiera haber, ya que según afirmaba, tras pasar esta prueba de humildad y obediencia, encontraría al Dios de su corazón por el que tanto había caminado y al que tanto había orado.

Los años fueron pasando mientras Ramayat seguía trabajando en las ocupaciones más modestas del monasterio. Día tras día, realizaba las labores que todos los demás consideraban menos deseables y más incómodas... Una y otra vez, se decía a sí mismo. "A través de este trabajo consciente, purifico mi mente y realizo el amor infinito de mi corazón". Y así, poco a poco, mientras iba pasando en tiempo, los demás monjes comenzaban a reconocer su tesón y virtud, por lo que se ganó el respeto y admiración de todos los que le rodeaban.

Al cabo de 7 años de retiro y esperanzada búsqueda, pensó que ya era hora de poner término a su estancia en el monasterio, por lo que decidió salir al mundo y continuar su camino allí donde las señales divinas le guiaran.

Tras despedirse de toda la hermandad, abandonó el lugar y comenzó a recorrer valles y montañas, aldeas y poblados, realizando aquellos servicios que ayudaran a otros y además le procuraron el sustento que necesitaba.

Pasados ya otros tres años, y dirigiéndose hacia una gran ciudad, se encontró con un grupo de personas entre las que se hallaban dos seres que según todos decían eran "almas grandes",dos mahatmas a los que todos veneraban. Al parecer, y por lo que pudo enterarse, se trataba de dos seres que, según afirmaban aquellas gentes ya habían realizado su nivel supramental.

Como quiera que dicho grupo llevaba la misma dirección que el monje, éste se unió a esa gente y sin decir nada particular de su pasado, recorrió el camino con todos ellos hasta llegar la noche, momento en que decidieron acampar. Pronto, Ramayat observó que nadie de los presentes llevaba encima ningún alimento que llevarse a la boca. Sin embargo, comprobó como los dos mahatmas, tras un breve ritual, comenzaron a pedir alimento a través de una fervorosa oración. Cuán grande fue su sorpresa que, de pronto, vio como los dos grandes seres se acercaron sonrientes al grupo, llevando bajo su brazo pan suficiente como para alimentar a todos. Ramayat se sintió conmovido por el extraño fenómeno que había presenciado.

Por otra parte, se decía a sí mismo ¡Qué poder tendrá la oración capaz de procurar milagros! Así pues, no pudiendo reprimir su admiración y curiosidad, se acercó hasta los dos iluminados y les preguntó qué habían hecho y a quién habían rezado para conseguir este don del cielo.

A lo que ellos contestaron con naturalidad que había existido un monje santo, de nombre Ramayat, un verdadero buscador que entró hace trece años en un alto monasterio entre montañas. Y dicen todos los que lo conocieron que su grado de pureza y abnegación era tal que pronto conmovió a toda la Orden. Dicen también que un día, cuando a ojos de todos, ya había alcanzado el nivel Supramental en el gran amor de su corazón, se marchó del monasterio, no se sabe a donde, tan sólo se sabe que desde ese momento todos los monjes cuando necesitan de un favor especial del Universo, piden en su nombre, apoyo y ayuda.

Desde entonces, hombres y mujeres solicitan favores que nunca tardan en llegar. Se dice que toda persona que recibe su Gracia envuelta en mil diferentes formas, elevan su gratitud porque un nuevo santo despertó a la Luz y desde allí late en el corazón de la Humanidad entera.


Ramayat, hombre humilde y anónimo escuchó muy atento... guardó silencio y sonrió. Al poco, tomó agradecido el pan que le ofrecían aquellos sabios y se dispuso a comerlo para tomar fuerzas y seguir el camino de la vida.

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