miércoles, 25 de mayo de 2016

LEEMOS AL PADRE CAFFAREL



¿POR QUÉ TANTOS FRACASOS?[1]

Cuando se llevan muchos años de vida sacerdotal, se impone una constatación, dolorosa, abrumadora: deserciones, innumerables deserciones. ¡Cuántas promesas en la vida, alegre y llena compromisos, de las que fui testigo! Y veinte años después, cuántos fracasos, secretos o públicos: este militante cuya generosidad fue admirable durante años, hoy hastiado, escéptico, inmovilizado para los compromisos; este hogar, campeón de la espiritualidad conyugal, donde se introdujo el demonio del adulterio; este otro, pilar de su parroquia, que ve a sus hijos mayores impacientes por dejar  la tutela y la religión de la familia. Tantos y tantos otros, cuyo fervor de amor y de fe se convirtió en un estilo triste, en una tibia mediocridad.
Tibio, el término me vino espontáneamente. Y me recuerda un texto del Apocalipsis. Buscándolo, me sorprende ver que medio siglo después de la muerte de Jesucristo, ¡ya! Los fieles se relajaban. "Conozco tus obras, dice el Cristo, sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca." (Ap. 3, 15).
Ante esas múltiples deserciones, el moralista (en el sentido de nuestra literatura clásica) tendería al escepticismo, amargo o bonachón según su temperamento. Vería en ello una prueba de la ley de la gravedad, ineludible, que hace caer a tierra todas las cosas e incluso los ímpetus más prometedores. Pero el sacerdote de Jesucristo no lo hará. Sabe que el camino de la vida humana debe tender a la santidad y no caer en la mediocridad. “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” También busca ansiosamente la causa de tantas deserciones.

Creo que la explicación es necesaria. Lo mismo que el organismo físico decae cuando sus necesidades esenciales son insatisfechas (privado de agua, se deshidrata rápidamente; de alimento, se debilita; si falta sueño, la depresión nerviosa lo acecha; si el oxígeno falta, se asfixia), de igual manera el organismo espiritual frustrado en sus necesidades vitales presenta fenómenos análogos: anemia espiritual, baja vitalidad, pérdida del gusto por la vida (interior). A decir verdad, el interesado a menudo no es consciente de la alteración de su salud moral. Pero si viene una epidemia - quiero decir una tentación - ocurre la catástrofe. Todo el mundo se asombra ante la caída brusca. De hecho, es brusca sólo aparentemente, se preparaba desde hace tiempo. Cuántas veces he oído decir: " durante veinte años fue un hogar que se citaba como ejemplo, y de repente…" No, no de repente: hace mucho tiempo que tenía su resistencia debilitada.

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Las necesidades vitales del organismo espiritual son numerosas. Hay tres que me parece urgente recordarlas. Las enseñanzas de los autores espirituales, pero más todavía la experiencia de veinticinco años de vida sacerdotal, me han convencido de su imperiosa necesidad.

Nuestra generación – teóricamente – no merece el reproche de subestimas la Eucaristía.
Nació a la vida cristiana al día siguiente de los decretos de Pío X sobre la comunión temprana y frecuente. Chicos y chicas jóvenes tienen la costumbre de comulgar los domingos y muchos entre semana. Pero cuántos abandonan la comunión cuando les sería más necesaria: para superar las dificultades de la vida conyugal, resistir los peligros de los compromisos políticos, triunfar sobre el materialismo ambiente, mantenerse libres de esta caída en medio de la vida “en la que se cae a propósito por aburrimiento… porque el camino es largo, y porque su final está lejos, porque se recorre solo y porque no hay consuelo.”

No es por casualidad que para darse a nosotros, Cristo tomó pan y no un alimento raro: el pan es alimento diario. Los cristianos pedimos al Padre todos los días el Pan irremplazable. Inconsecuentes descuidan ir a buscarlo. ¡Creen poder vivir sin comer!


H.C.



[1] L’Anneau d’Or Nº  62–  Abril 1955 – pgs. 94 à 97

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