Hace unos días que ha muerto
un amigo. Y tan solo hace unas horas que acabo de salir del entorno en el que
se ha producido el último adiós a su persona. He asistido a una ceremonia de
despedida que de forma amorosa y magistral han organizado sus hijos en la
capilla de un tanatorio.
¡Cuánta belleza humana he
admirado! Minuto a minuto la música, los cantos en directo, las palabras de
quienes lo han conocido, la gratitud que inundaba la sala… todo aquello por
tener el sello de una profunda autenticidad, ha sido un acontecimiento difícil
de olvidar, sin dramas ni penas añadidas. Todo un regalo envuelto de alta
cultura.
En realidad, gran tema éste el
de la muerte y todo lo que su poderosa ola de infinitud moviliza en quienes
pilla cerca. Reconozco que la muerte, sea de quien sea, siempre me ha parecido
merecedora de una agridulce sonrisa y a su vez un acontecimiento que nunca he
considerado como una calamidad. Me refiero a una sonrisa tan grande y profunda
que es capaz de convivir con la lágrima y el dolor del desapego. Otra cosa es
el sufrimiento, del que ahora no es momento de hablar porque nada tiene que ver
con la muerte, son cosas distintas y, en muchos casos, desgraciadamente
asociadas.
Personalmente creo que todos
los moribundos con los que nos cruzamos, nos hacen algún tipo de regalo al
despedirse y, sin duda, el regalo que mi querido JL me legó al partir, sucedió
al poco de salir de la capilla del tanatorio en el que se realizó la última
despedida y mientras conducía de vuelta a casa.
¿Cuál ha sido su regalo?
Pues muy sencillo: a mi mente
le ha dado por abrir un espacio creativo procediendo a ponerme en el lugar del
muerto y preguntarme: “Si fuera yo quien estuviese ahora en la caja, ¿Qué tipo
de despedida me gustaría se hiciese?”
Pues bien, si jugamos a poder
elegir lo que harían mis sucesores, en plan de crear un “adiós a la carta” y,
además, tuviese a mano la posibilidad de elaborar un menú funerario, ¿cómo lo
diseñaría?
En primer lugar me gustaría que
el encuentro de amigos fuese en un lugar secular, no necesariamente en una
iglesia. Y esto lo digo honrando religiones y templos que tanto han contribuido
al alivio de los seres humanos. Me refiero a un lugar en el que haya plantas,
frutas, libros sagrados, obras de arte y cosas significativas… es decir, un
espacio acondicionado a la belleza y al esplendor de la vida misma. Y digo vida
con la consciencia de que es realmente la vida la que me gustaría fuese la
verdadera protagonista de mi despedida. En realidad cuando miramos a la muerte
es cuando más nos damos cuenta de lo vivos que estamos y las infinitas
oportunidades que esto trae.
En segundo lugar, quisiera que
ese momento de despedida fuese algo valioso para las personas que allí
acudiesen, algo valioso para sus propias vidas. Pienso que el valor de tal
encuentro no estará en evocar ciertos sentimientos de recuerdo acerca de mi ex
persona que, por cierto, ya será “agua pasada” para todos, sino lo que la vida
regale en esa reunión a los presentes, algo vivo y fértil para sus
correspondientes vidas. ¿A qué regalo me refiero? Quizás me quedo tranquilo
nombrándolo como sincero entusiasmo y Vida Consciente.
Para ello encomiendo a quien
conduzca la ceremonia el “comunicar el deseo del difunto”, un deseo consistente
en invitar a los allí reunidos a dar forma a su particular “milagro”,
procediendo a indagar, ¿qué supondría para mí un milagro? ¿cuál es el anhelo de
mi vida que por su dimensión no podría suceder más que en forma de milagro? ¿Y
a su vez, cuál sería el deseo que pediría para esta humanidad a la que
pertenezco? En realidad en cada escrito habría dos sueños, uno para uno mismo y
otro para la Humanidad.
Una vez hecha tan íntima
indagación y atreviéndose cada uno a soñar y conectar con sus propias utopías,
propondría el trascribir dicho milagro y depositarlo en la caja del muerto. El
gran juego consistirá en elegir creer que tal y como dijo JM Doria, tales
anhelos serían llevados por él mismo hasta el infinito.
Quisiera asimismo que en la
atmósfera de este adiós, es decir mi muerte fuese enfocada como una boda, una
boda de JM con la Infinitud. Y dado que el infinito es un océano de
posibilidades insospechadas, puedo afirmar todavía en plena vida que prometo
llevar en mi travesía los sueños de todos y, además, conseguir que se cumplan,
jaja.
No pienso explicar las razones
cuánticas que operan en la mente humana para racionalizar lo que de por sí es
un precioso acto de creación, sino más bien convocar al niño consciente que
vive en nosotros y abrirnos a las posibilidades que la vida en ciertos momentos
ofrece desafiando a la mente y sus condicionamientos limitadores.
Jose María Doria ,
DIRECTOR DE LA ESCUELA TRANSPERSONAL
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