Leo en
Religión Digital los datos de una reciente encuesta del CIS (Centro de
Investigaciones Sociológicas) sobre cómo se definen los ciudadanos en materia
religiosa. Mientras que el 69,9% se dice católico, el 59,6% no pisa
"casi nunca" la iglesia y si lo hace es en ceremonias sociales
de allegados como bodas, comuniones, etc. El 13,9% lo hace "varias veces
al año"; el 10,1% "alguna vez al mes"; el 13,3% "casi todos
los domingos y festivos" y el 2,4% "varias veces a la semana".
Solo el 3,1% se declara creyente de otra religión.
Lo
curioso es que el 75,3% cree en Dios frente al 24,7% que no (el 15,8% se define
como agnóstico y el 8,9% como ateo). Es decir, que el sustrato social
sigue siendo religioso pero la vivencia, no. Sería interesante que una
encuesta de estas características continuase ahondando en el tema incorporando
preguntas a los entrevistados sobre las causas de este divorcio entre la convicción
y la práctica.
En mi
opinión, veo dos causas principales en estos resultados: el materialismo
consumista reinante que se manifiesta en una pavorosa indiferencia; y la imagen
deteriorada de la Iglesia católica como institución. La primera nos
envuelve a casi todos, y de qué manera. Este modelo neoliberal nos arrastra
hacia la indiferencia solidaria dificultando la verdadera experiencia
religiosa, la práctica de la oración en escucha y el compromiso con el hermano
sufriente.
La
segunda causa es un problema que el Papa Francisco no se cansa de
repetir por activa y por pasiva alertando del daño que ocasionan las carrearas
eclesiásticas, los dogmatismos curiales y la falta de ejemplo que facilita el
escándalo. Los templos se vacían de fieles y generaciones casi completas
ignoran la liturgia católica. Las vocaciones sacerdotales son exiguas, los
laicos pintamos poco en general y las mujeres -religiosas y monjas incluidas-
son el vagón de cola. Javier Elzo recuerda en su último libro lo que
Francisco dijo en Filadelfia, sobre el futuro de la Iglesia; y fue muy directo
y claro: el futuro pasa por los laicos y las mujeres. Para concluir, el
sociólogo vasco afirma que el poder sin autoridad es lo que está en juego en la
Iglesia.
Diríase
que la mayoría de obispos mantiene una fe replegada y defensiva sin asomo de
autocrítica que esperan a un sucesor de Francisco más propicio
a sus intereses. No es de extrañar que la sociedad les dé la espalda siendo el
colectivo de obispos el peor valorado (muy deficiente, según las encuestas
anuales de El País), mientras que Cáritas está en el grupo de cabeza de las
instituciones mejor valoradas por la sociedad.
De
nuevo el Papa Francisco da las claves para volver al evangelio
como Buena Noticia para todos: “Que nadie intente separar estas tres gracias
del Evangelio: su Verdad, su Misericordia y su Alegría. Nunca la verdad de
la Buena Noticia podrá ser sólo una verdad abstracta, de esas que no terminan
de encarnarse en la vida de las personas porque se sienten más cómodas en la letra
impresa de los libros. Nunca la misericordia de la Buena Noticia podrá ser una
falsa conmiseración, que deja al pecador en su miseria porque no le da la mano
para ponerse en pie y no lo acompaña a dar un paso adelante en su compromiso
como expresión de una alegría enteramente personal”.
Suficiente
material revelador para reflexionar nuestra coherencia ante la Pascua de
Resurrección ahora que el CIS nos revela que la mayoría no es agnóstica ni
atea (como algunos rojeras de medio pelo tratan de convencernos) sino
desencantados de una oferta religiosa carente de las tres virtudes teologales
tal y como el Maestro nos enseñó a vivirlas, es decir, con el ejemplo. En
palabras del profeta Pedro Casaldáliga, es tarde, pero es madrugada si
insistimos un poco.
Gabriel
Mª Otalora
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