Seguimos con el mismo tema porque como
dice Benedicto XVI hay muchos ángulos para mirar un mismo tema. Nos dice: “Parece
que en el artículo del credo que aquí nos ocupa, la palabra «infierno» es una
traducción incorrecta de seol (gr. hades), término con el que los hebreos
designan el estado posterior a la muerte, imaginado de forma muy imprecisa como
una suerte de existencia tenebrosa, entre sombras, más afín al no ser que al
ser”.
En el momento de su muerte Jesús le dice
al Padre: ¿Por qué me has abandonado? Le duele más el vacío, la soledad
absoluta que siente, que cualquier dolor físico. El ser humano no puede estar
solo, necesita compañía, pero en la muerte no le queda otro remedio. Cruzamos
la puerta solos y eso es bajar a los infiernos.
La muerte es la soledad por antonomasia.
Pero toda soledad en la que ya no puede penetrar el amor es... el infierno.
Pero ese temor a la soledad lo ha roto
Jesús. Él también bajó a los infiernos y así la puerta de la muerte está
abierta porque en ella habita la vida, el amor, Jesús. Allí nos espera Jesús para que sintamos su
compañía y perdamos el temor. En medio de la muerte habita la vida, el amor
absoluto.
Un abrazo
Huellas
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