He vuelto al templo, en
realidad lo he hecho a menudo a lo largo de los últimos años. Voy de
acompañante, primero de un padre, ahora de una madre en edad de agradecer
filial compañía. Acompaño pero también canto a pleno pulmón, me arrodillo, doy
la mano en señal de paz y me arranco sin dudar a comulgar cuando suena aquello
de "Tú has venido a la orilla..." Lo paso peor con una "señal de
la cruz que nos libra de nuestros enemigos..." y cuyos gestos
lamentablemente ya he olvidado.
También he orado, con no menos
fe, en los templos budistas, hinduistas, en sinagogas, en mezquitas..., sobre
todo en templos universales de los diferentes continentes. En los templos de
unos y otros países viví similar devoción, en todos observé gentes rendidas al
mismo Dios "que los hombres distintos llamamos con distintos nombres, pero
que es el Uno, el Único y el Mismo..." (Lanza de Vasto) De vuelta a mi ciudad
natal, he visto a tantas personas de edad y buena voluntad remontar con
sus bastones las escaleras de la parroquia del barrio, que me he visto inundado
de un hondo y reconvertido aprecio por su íntima esfera religiosa. Deseo en
este sentido expresar mi disenso ante la solicitud de "Podemos" de
retirar la misa de la programación de TVE.
Sí, es cierto, el Estado y sus
medios de comunicación han de hacer gala de aconfesionalidad, pero ello no
contradice el hecho de mantener una escasa hora semanal de misa, mientras otros
credos tengan asegurada su ventana a los televidentes, como ahora es el caso.
En este sentido también esperamos que el ente público no tarde en abrirse a
otras tradiciones espirituales que aún no tienen cabida en la parrilla.
Es preciso respetar la
laicidad en la educación, en el ejército, en los actos oficiales... El Estado
ha de mantenerse neutro ante una creciente pluralidad confesional, pero el
Estado ha de servir también a los ciudadanos a través de sus medios de
comunicación. La cesión en la tele pública de espacios a los diferentes credos
en razón de su arraigo es un servicio nada desdeñable. Por lo demás, si la misa
retransmitida reconforta a muchas personas de edad, ¿por qué precipitar su
apagón? Tantos programas deberían desaparecer de la programación antes que ese
oficio religioso. Sobran primero las series en las que se dispara y
sangra, las tertulias en las que se falta y ofende, las corridas en las
que se tortura y mata gratuitamente...
Ha de prevalecer una cierta
amabilidad intergeneracional. Hemos de honrar a nuestros mayores, hemos de
preservar sus referentes culturales y espirituales aunque no coincidan
plenamente con los nuestros. Hemos de ser considerados con lo que tiene
importancia y relieve para las generaciones que nos precedieron. Barrer la misa
es olvidarnos en alguna medida de ellas. Hemos de unir a los pueblos, a las
clases, a las razas y tradiciones..., pero hemos de empezar más cerca y tratar
de enlazar también a las generaciones.
Por más que puedan aburrir sus
fórmulas repetidas hasta la saciedad, por más que nos sorprenda que la mujer no
ocupe aún su debido lugar en la presidencia del altar..., la misa es momento
sagrado. En realidad todo lo que adquiere vital importancia para el otro es
algo sagrado. Somos privilegiados, pues participamos de un mundo rico y diverso
en el que se reúnen muy diferentes momentos y territorios sagrados. La consigna
de manual de la emergente formación política puede ser poco considerada con el
universo vital de quienes nos dieron vida. La necesidad de superar los
antagonismos civiles, nos invita también a ser respetuosos con los mayores y su
misa de las once ya en vivo, ya a través de la pantalla.
Nadie nos obliga a sentarnos
el domingo por la mañana al televisor, pero pienso en nuestros ancianos, muchos
de ellos enfermos o impedidos, que en ese programa encontrarán consuelo y
confort del alma. Nunca arrasar, nunca llevarse lo que es significativo para un
importante colectivo, más al contrario intentar hacer nuestro algo de su universo.
Para muchos de nuestros padres un domingo sin misa no es un verdadero domingo.
Honrar a nuestros mayores no significa que tengamos que arreglarnos corriendo y
salir al toque de sus campanas, que debamos arrodillarnos ante sus mismos
iconos, que debamos necesariamente oír el sermón de sus sacerdotes...,
pero sí intentar facilitar la expresión de su fe, su legado, sus tradiciones.
Ninguna generación que
nos precede ha debido de hacer tamaño esfuerzo para
adecuarse a los nuevos tiempos como la de nuestros progenitores. Privarles de
sus imprescindibles referentes, de sus anclajes, es un
flaco reconocimiento a ellos y a cuanto nos dieron. No hay nada más
revolucionario que el sincero agradecimiento y en ello
debiera también reparar la formación morada.
Koldo Aldai
No hay comentarios:
Publicar un comentario