El sacramento de la
Reconciliación o Confesión, es un sacramento que nos permite descubrir, a
través de nuestros errores, la fuente de la Gracia.
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La re-conciliación debe ser
con nosotros mismos: encontrar la cifra que no permitía tener las cuentas
claras.
Cuando cometemos un error,
debemos reconciliar los elementos que nos llevaron a ese error. A veces son muy
simples –distracción, olvido, cansancio, no estar en el momento presente, no
poner atención–. A veces son más complejos –un dolor profundo que no sabemos por
qué o por dónde viene–.
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Él nos abraza, abraza nuestro
dolor, sin interrogatorios, sin castigos, sin recriminaciones. Nos abraza y
hace suyo nuestro dolor.
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El sacramento de la
Reconciliación debe ser un proceso personal de introspección valiente. La
meditación cristiana es de gran ayuda para emprender este camino de
interioridad al centro de nuestra alma, donde Dios es, donde se da la fuente de
la Gracia; donde ocurre el entendimiento y el discernimiento para luego, como
consecuencia, entrar al proceso del perdón.
¿Qué es exactamente el perdón?
El perdón es un regalo de
Dios; es el premio de haber logrado una reconciliación, como el reconocimiento
del origen del dolor y del error. Tocar ese punto doloroso a la luz de Jesús,
nos libera, nos da paz, nos reconstituye.
¿Cómo entender la penitencia?
Creo que habría que substituir
esta palabra por la palabra “Alabanza”. Cuando ha ocurrido una reconciliación
luminosa, con un perdón interior –de mí mismo y de Dios–, tenemos que festejar,
tenemos que alabar a Dios –surge de forma natural–. Mi alegría es el resultado
de saberme y sentirme libre. En alegría canto al Señor, lo abrazo, me siento
a-graciada y agradecida y me percato de todos los regalos que me hace para que
yo lleve a cabo su plan divino.
Lucia Gayón
Eclesalia
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