Muchas veces tememos a las tentaciones
porque con facilidad nos hacen caer y nos llevan a diversas crisis que nos
duelen. Pero no es ese el camino.
Lo que hay que hacer es pedir a Dios que
nos de la mano, o mejor, coger nosotros la mano de Dios, porque él siempre la
tiene tendida y desde ahí hacer frente a las tentaciones. Y, si caemos,
pensemos que las crisis son buenas porque nos hacen crecer y madurar. Sin
tentación no hay progreso espiritual.
Sucede lo mismo que cuando un niño no
pasa por la crisis de la adolescencia, se quedará eternamente como una persona
inmadura. Cristo también tuvo sus tentaciones en el desierto, pero salió airoso
de ellas.
Quizá la cuaresma sea el tiempo de
enfrentar ese combate y aceptar nuestra pequeñez. Un abrazo
Huellas
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