Cuando llevamos semanas,
meses, años de interminables casos de corrupción, y cada caso es el penúltimo y
afecta cada vez más a la cúpula y las entrañas del partido que nos ha
desgobernado con la bendición de casi todos los obispos, no es fácil dejar de gritar:
“Idólatras de Mamón, largaos. Dimitid, responded, devolved lo robado”.
Yo no soy mejor que ellos, por
acción u omisión. Solo que les pago yo, les pagamos nosotros, buenos salarios
por cierto. ¿Para eso les pagamos? ¿Y para que los 27 jefes de estado de la
Unión Europea se reúnan en Bratislava para preguntarse cómo defendernos de los
refugiados y crecer más y luego pasearse juntos por el Danubio en un crucero de
lujo? ¿Para que los líderes del G20 se reúna en Hangzhou para hacerse una foto
y decirnos que hay que “civilizar el capitalismo” sin comprometerse a tomar
medida alguna? ¿Para qué, muerto afortunadamente el TTIP, nos endosen a
hurtadillas el CETA que debe de ser aún peor para todos y mejor para las
multinacionales? ¿Quién lo puede entender?
Lo entiende muy bien Susy, una
niña a quien su abuelo, economista sabio, le explica lo que pasa cuando la
economía se pone al servicio del lucro: trabajar más para producir más, vender
más y ganar más, y ganar más para trabajar más y ganar más y así sin fin – ¿sin
fin?– en una carrera loca en la que todos nos convertimos en enemigos de todos.
Lo cuenta el librito de Wim Dierckxens, Susy y el mundo del dinero (2012).
Es absurda, pero muy sencilla,
la lógica de un mundo donde manda el dinero. Y el holocausto universal ofrecido
a Mamón es terrible: hemos esquilmado las selvas y las minas, agotado los
enormes pozos de petróleo, envenenado el agua y el aire; cada vez más gente se
ha hecho más rica y cada vez más gente se ha vuelto más pobre, con una
consecuencia lógica: la diferencia entre los ricos y los pobres es cada vez más
grande.
El Estado socialdemócrata del
Bienestar fue un paso adelante, pero respondía a la misma lógica. El bienestar
de los países ricos se logró a costa de los países más pobres, expoliados de
sus materias primas y obligados a comprar los productos elaborados con ellas al
precio impuesto por los países explotadores. Y añadieron una invención
diabólica: cuanto más efímeros sean los productos antes caducarán, y más deberá
comprar la gente y más podrán producir las empresas e invadir el mundo, y ganar
y ganar.
Susy lo entiende y se indigna,
como lo entendemos y nos indignamos todos los adultos a poco que aún
mantengamos los ojos abiertos y la sensibilidad despierta. He aquí el mundo
regido por una economía regida por el dinero. Un mundo roto y cruel, un planeta
masacrado, inhabitable. En ese mundo vivimos.
“Un mundo de vampiros”,
sentencia Susy. Un “mundo al revés”, donde la gente se mata a trabajar para
tener más dinero, pero no lo pueden disfrutar porque cuanto más tienen más
aumenta la codicia propia y la envidia ajena. Un mundo donde “los adultos están
atados al trabajo como perritos a una cadena”, y solo se reconoce como trabajo
lo que da dinero, todo para mayor beneficio de unos pocos, los que producen más
barato y pagan menos salarios.
Eso es crecer. Que engorde la
víctima para el sacrificio general. El grande se come al chico, pero siempre
habrá alguien más grande, y ¿qué comerá el más grande cuando lo haya devorado
todo y se quede solo, cuando no tenga a quién vender, cuando la mayoría pobre
no tenga con qué comprar? Algún día ha de reventar este sistema, verdadero
antisistema, donde la especulación está sustituyendo a la producción, los
bancos a las fábricas, los bonos y las acciones a los víveres, donde los
Estados destinan el dinero de la gente a rescatar a los bancos que quiebran y
que una vez rescatados ahogarán a la gente con sus préstamos e intereses. Algún
día estallará este mundo al revés. Ya está estallando: ningún muro, valla ni
ejército podrá contener a las multitudes, continentes enteros desesperados por
la miseria y la guerra.
¿No habrá arreglo? Solo a
condición de que nos unamos todos y aprendamos a ser más felices decreciendo:
“¿Por qué los adultos no aprenden de los niños a tener una vida de disfrute con
el menor trabajo posible? ¿No se darán cuenta de que han construido un infierno
en la tierra? ¿Se habrán olvidado de su niñez?”, pregunta Susy.
José Arregi
Publicado en DEIA y los
Diarios del Grupo NOTICIAS el 18-09-2016
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