El evangelio de este domingo, LUCAS 16, 1-13, es objeto de interpretaciones variadas y distintas: cómo alaba la sagacidad del administrador injusto, cómo parece que invita a utilizar el dinero para hacer amigos o cómo parece que contrapone a Dios y al dinero.
Reproducimos lo que dice Fray
Marcos, de algunas de esas frases más polémicas:
Los hijos de este mundo son más sagaces con su gente que los hijos de
la luz. Esta frase explica el sentido de la parábola. No nos invita a
imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la
astucia y prontitud con que actúa. Él fue sagaz, porque supo aprovecharse
materialmente de la situación. A nosotros se nos pide ser sabios, para
aprovecharnos de todo, en orden a una plenitud espiritual. Hoy la diferencia no
está entre los hijos del mundo y los hijos de la luz. La diferencia está en la
manera que todos los cristianos tenemos de tratar los asuntos mundanos y los
asuntos religiosos.
No podéis servir a Dios y al dinero. No está bien traducido. El
texto griego dice mamwna. Mammón era un dios cananeo, el dios dinero. No se
trata, pues, de la oposición entre Dios y un objeto material, sino de la
incompatibilidad entre dos dioses. No podemos pensar que todo el que tiene unos
millones en el banco o tiene una finca, está ya condenado. Servir al dinero
significaría que toda mi existencia esta orientada a los bienes materiales.
Sería tener como objetivo de mi vida el hedonismo, es decir, buscar por encima
de todo el placer sensorial y las seguridades que proporcionan las riquezas.
Significaría que he puesto en el centro de mi vida, el falso yo y buscar la
potenciación y seguridades de ese yo; todo lo que me permita estar por encima
del otro y utilizarlo en beneficio propio.
Podemos dar un paso más. A Dios
no le servimos para nada. Si algo dejó claro Jesús fue que Dios no quiere
siervos sino personas libres. No se trata de doblegarse con sumisión externa, a
lo que mande desde fuera un señor poderoso. Se trata de ser fiel al creador,
respondiendo a las exigencias de mi ser, desplegando todas las posibilidades de
ser. Servir a un dios externo que puede premiarme o castigarme, es idolatría y,
en el fondo, egoísmo. Hoy podemos decir que no debemos servir a ningún “dios”.
Al verdadero Dios solo se le puede servir, sirviendo al hombre. Aquí está la
originalidad del mensaje cristiano. Donde las religiones verdaderas o falsas
ponen “Dios”, Jesús pone “hombre”.
Es curioso que ni siquiera
cuestionemos que lo que es legal puede no ser justo. Puesto que lo que tengo lo
he conseguido legalmente, nadie me podrá convencer de que no es exclusivamente
mío. Además, el dinero es injusto, no solo por la manera de conseguirlo, sino
por la manera de gastarlo. Las leyes que rigen la economía, están hechas por
los ricos para defender sus intereses. No pueden ser consideradas justas por
parte de aquellos que están excluidos de los beneficios del progreso. Unas
leyes económicas que potencian la acumulación de las riquezas en manos de unos
pocos, mientras grandes sectores de la población viven en la miseria e incluso
mueren de hambre, no podemos considerarla justa.
Lo que nos dice el evangelio es
una cosa obvia. Nuestra vida no puede tener dos fines últimos, solo podemos
tener un “fin último”. Todos los demás objetivos tienen que ser penúltimos, es
decir, orientados al último (haceros amigos con el dinero injusto). No se trata
de rechazar esos fines intermedios, sino de orientarlos todos a la última meta.
La meta debe ser “Dios”. Entre comillas por lo que decíamos más arriba. La meta
es la plenitud, que para el hombre solo puede estar en lo trascendente, en lo
divino que hay en él.
Ganaros amigos con el dinero injusto. Es una invitación a poner
todo lo que tenemos al servicio de lo que vale de veras, nuestro verdadero ser,
también la riqueza material que nos pertenece.Utilizamos con sabiduría el
dinero injusto, cuando compartimos con el que pasa necesidad. Lo empleamos
sagazmente, pero en contra nuestra, cuando acumulamos riquezas a costa de los
demás. Nunca podremos actuar como dueños absolutos de lo que poseemos. Somos
simples administradores. Hace poco tiempo oí a De Lapierre decir: Lo único que
se conserva es lo que se da. Lo que no se da, se pierde.
Amigos de los Equipos, no hay
contradicción entre Dios y la riqueza. Los bienes materiales son buenos y necesarios
para nuestra vida. El fracaso es vivir solo para la riqueza, es estar envuelto
en la corrupción, es despreocuparse de lo que le ocurre al que está a tu lado. Dios
nos ha creado para el amor. Amar es compartir, es disfrutar de cada momento, es
tener en cuenta que todos tenemos necesidades que cubrir, es reconocer que
hemos venido sin nada material a este mundo y nada material vamos a llevarnos
al morir. Amar es dar, sin más, sin esperar nada. Cuando aprendamos eso y lo
pongamos en práctica las mismas riquezas nos llevarán a los demás y a través de
ellos a Dios.
En el siguiente video se nos invita a vivir intensamente cada
momento porque lo más importante es la actitud con que vivamos.
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