"Se van, pero la felicidad que te dejan es más grande, compensa"
FAMILIA Elisabet y Pablo relatan su experiencia como familia
de acogida
Elisabet y Pablo no han renunciado a tener hijos biológicos,
pero, mientras llegan y no, ejercen como padres de acogida. Ella llevaba tiempo
con ganas de atender la petición de aquel cartel que veía a diario en su centro
de trabajo con la foto de un niño y la frase ‘Necesito una familia’. Pero él
tenía sus temores por aquello de que luego ‘te los quitan’. Hasta que un día le
pilló con la guardia baja y aceptó, y Elisabet no perdió la oportunidad y fue
corriendo, cuenta, a Cruz Roja, para solicitar información. Era febrero de 2014
y, desde entonces hasta hoy, el proceso no ha parado. En junio de ese año
hicieron el curso de formación, pasaron todas las entrevistas de valoración pertinentes,
recibieron el ‘apto’ como familia acogedora en octubre de ese año y a día de
hoy están a la espera de que les llegue otro niño, el tercero ya, y éste con
perspectivas de cuidarlo hasta que cumpla los 18 (tiene seis años, para siete).
Iniciaron el proceso en febrero de 2014, en junio hicieron
el curso de formación y en diciembre tenían a Óscar en casa No llevaban ni una
semana en la bolsa de familias de acogida cuando recibieron el primer
ofrecimiento, un bebé que estaba hospitalizado y que requería muchas
atenciones. Dijeron sí, pero la salud del menor se complicó gravemente esos
días y ya, lo que necesitaba el niño, no era una familia, «eran un médico y un
enfermero». Y eso que se fueron con él hasta Burgos, pero no, su primera
experiencia como familia de acogida no duró mucho. «Así, para empezar, una
experiencia un poco fuerte», reconoce Elisabet. En todo caso no renunciaron y,
a finales de noviembre de 2014 volvieron a llamar de Cruz Roja, otro niño,
Óscar.
Cuando le vieron por primera vez en el centro de acogida en
el que estaba tenía dos años y medio. Fue conocerlo y entrarles la prisa por
tenerlo en casa. Y eso que asegura que todo el miedo que no pasas durante el
proceso te entra cuando te llaman, «más que miedo, vértigo, porque por mucho
que te prepares no sabes a quién vas a traer para casa, es una personilla con
su carácter, aunque sean bebés, vienen de vivir cosas».
En aquella primera visita recuerda que Óscar ni se arrimó a
ellos, «nos miraba de lejos, jugábamos nosotros y él observaba, que yo decía,
no sé si este niño vendrá para casa...». Pero al día siguiente, cuando
volvieron a verle –porque hay un proceso de adaptación antes de firmar el
acogimiento– lo primero que preguntó Óscar fue dónde estaba «Pamblio». Quería
decir Pablo, pero lo dijera como lo dijera el caso es que ya los había
aceptado. «De ahí en adelante lo fuimos sacando a ratitos por las tardes, luego
ya días enteros... y si al principio no quería vernos, luego el problema era
volver a entrar al centro, pero bueno, eso también sirve para que se vincule
más a ti, que yo entonces no lo entendía, pero ahora sí».
La gente te suele llamar loca, te dicen que te los quitan,
que es para sufrir, pero... pero la recompensa es mucho más grande Óscar llegó
a casa de Elisabet y Pablo el 15 de diciembre de 2014, «ese día es la leche,
vamos». Y eso que «al principio es muy difícil, no sabes si vas a ser capaz,
pero vamos, yo creo que no habían pasado ni 15 días cuando ya era de casa». Iba
a ser un acogimiento para seis meses y al final fueron 15. Óscar ha estado con
ellos hasta el pasado 21 de marzo, y le echan de menos, claro que le echan de
menos, pero compensa. «La gente te suele llamar loca, te dicen que te los
quitan, que es para sufrir, pero... sí, yo he sufrido mucho, pero el beneficio
de felicidad es mucho más grande, compensa».
¿Anécdotas? Un millón. «Yo hay una cosa que tengo grabada
–dice Elisabet–, un día del verano cuando yo llegaba a casa de trabajar y el
niño estaba allí con mi marido y, según abrí la puerta, oí ‘¡mamá!, sin
enseñarle, porque nunca quise que aprendiera, mi posición no era la de madre,
pero ese día me dio un pinchazo muy grande, y dices, eso es porque lo estoy
haciendo bien; y es que al final es lo que tiene en casa, una madre y un
padre».
«Son muchas cosas las que vives; además mi mentalidad es la
de exprimirlo al máximo porque como sabía que se iba a ir... yo quería correr,
todos los fines de semana teníamos algo para hacer. Me decían: «Pero deja algo
para la familia que se lo lleve en adopción que se va a conocer España», y yo
decía que ya repetiría, lo que queríamos era dejarle experiencias porque quizá
lo que viva contigo se le va a poder olvidar, pero si va por ejemplo a
Carbárceno se va a acordar de que ahí ya estuvo con tres añines y medio, o
salir de papón, donde está ya no lo va a ver», explica.
Recomiendo intentarlo, una vez, de principio a fin, y la
verdad, conozco pocas familias que hayan sido acogedoras y no repitan «Vino un
bebé y se marchó un hombrecito», cuenta Elisabet, que asegura que claro que
lloras cuando se va, «sobre todo cuando ya sabes que se va a ir porque, una vez
que llega el día, dices, si es que es lo que es, no me queda otra; el vacío es
muy grande, recoger todas sus cosas es muy difícil, pero bueno, así me obligo a
hacer sitio para lo que viene, y en vez de ser la habitación de uno será la
habitación de dos, porque no pienso quitar el nombre de Óscar de la puerta,
iremos añadiendo», relata.
Eso sí, la habitación cambiará para que «no sea ‘la
habitación de Óscar’ y sea ‘la habitación de...’ el que viene», el nuevo
miembro de la familia.
La historia de Elisabet y Pablo como familia de acogida es
sólo una de las cerca de cien que conviven en la provincia de León. Y todas son
pocas, porque cada poco llegan necesidades, niños que necesitan familias que
les cuiden, en las que crecer, mientras se resuelve su situación, bien con su
familia biológica bien con una familia de adopción.
Y como dice Elisabet, si tienes un mínimo de curiosidad,
«inténtalo, con conocimiento eso sí, de principio a fin, y la verdad, una vez
que has probado... yo conozco a pocas familias que no hayan repetido».
Tomado de la La nueva Crónica, 2016
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