domingo, 20 de octubre de 2013

UN DIOS QUE SE SIENTE


Domingo XXIX Tiempo Ordinario
Evangelio de Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
― Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque no tema a Dios ni me importen los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».
Y el Señor respondió:
― Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Nos ha parecido muy interesante la interpretación que propone de esta parábola Enrique Martínez Lozano. Reproducimos parte de su reflexión:

EL DIOS PENSADO, EL DIOS HALLADO

                Estamos ante una parábola que puede inducir a engaño, por cuanto, en una lectura literal de la misma, se equipararía a Dios con un juez “al que no le importan los hombres”, y al que parece que hay que “conquistar” a fuerza de insistencia, hasta que, por hartazgo, se decide a intervenir.
                 Se trata de un dios que se ha grabado extensamente en el imaginario colectivo, y que ha sido alimentado por no pocas predicaciones y teologías. La imagen de dios como “señor todopoderoso”, ególatra y celoso, juez impasible y castigador, ha dominado no pocas conciencias que han crecido bajo el peso de la culpa y del temor.
                 Pues bien, frente a tales imágenes divinas, es necesario rebelarse con contundencia: un tal dios no es digno de fe. No se puede creer en un dios que sería peor que nosotros: insensible ante la necesidad humana y capaz de condenar a alguien por toda la eternidad.
                 Un tal dios es solo un invento de la mente, sostenido por el miedo y la debilidad humana, que ha creído esos mensajes culpabilizadores como provenientes de la misma divinidad (y, por tanto, “palabra de Dios”).
                Esta parábola solo puede entenderse adecuadamente si la leemos como una parábola de contraste. Es decir, la imagen del juez sería justo lo opuesto al comportamiento de Dios. De modo que, si hasta un juez inhumano es capaz de ceder ante la petición de la mujer, cuánto más Dios –que es todo lo opuesto- estará siempre a nuestro favor, incluso aunque no le pidamos nada.
                 Con esta clave, la parábola puede ser asumida desde la perspectiva de Jesús, que anunciaba a Dios como Gracia y Compasión.
                 Pero sigo preguntándome por qué, entre las personas religiosas, hay tantas que defienden aquella imagen de dios como juez severo. Más allá de la formación recibida, me parece intuir que se trata, simplemente, de una proyección (inconsciente) de la propia “severidad”, que es frecuente entre quienes viven una religiosidad exigente, basada en la idea del mérito y de la “perfección”.
                 Por eso, creo que no se trata solo de cambiar una imagen por otra: la de un dios severo por la de un dios amoroso. Uno y otro seguirían siendo construcciones de nuestra mente, es decir, ídolos proyectados.
                Todo dios “pensado” no puede ser sino una caricatura de Dios. Dios no cabe en nuestra pequeña mente, como expresan estos versos magníficos de Charo Rodríguez:
“Solo el Dios encontrado,
ningún dios enseñado puede ser verdadero,
ningún dios enseñado.

Solo el Dios encontrado
puede ser  verdadero”.

(C. RODRÍGUEZ, Luces en la niebla, edición de la autora, Madrid 2012)

Me gusta apuntarme a ese Dios que se le siente, a ese Dios que se nota, a ese Dios que sale y entra en el corazón. Dudo del Dios que se piensa, que se razona, que se interpreta a conveniencia. Porque la mente humana es capaz de engañarnos y auto convencernos de un Dios que está de nuestro lado y para nuestros intereses. Me gusta esta idea de sentir a Dios. Ahí no hay engaño. Los sentimientos salen de lo hondo, nos dicen la verdad.  

La fe es un don del corazón. Vamos a aprender a dejarla salir al exterior. Porque nos hemos acostumbrado a manejarla según nuestras conveniencias. Cuando alguien sufre la fe nos impide pasar de largo, cuando hay hambre la fe nos invita a paliar esa necesidad, cuando alguien llora no podemos dar la vuelta. Mejor dicho, sí podemos porque hemos adaptado nuestra mente para encontrar justificaciones a nuestros comportamientos.

Hoy quiero apartarme de esa forma de actuar y quiero ver los sentimientos  que hay en mi corazón. Desde ahí mi vida podrá cambiar.


Te invito amigo lector a que tú hagas lo mismo. Escucha a tu corazón.    

H y MN

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