A ninguno nos
gustan los problemas. Bueno, a algunas personas sí. En general, no. Y los
sentimos como una amenaza, como un incordio.
Ante ellos tratamos
de evadirnos o de huir. Pero los problemas siguen. A veces incluso se agrandan,
como una bola de nieve que va cogiendo más peso, más amplitud, hasta asustar.
Y resulta que
vienen a nuestra vida para ayudarnos y hacernos despertar. Y es un despertar
molesto, incómodo y un poco a destiempo.
Por eso ante los
problemas nos revelamos, nos quejamos e incluso cerramos lo ojos. Somos algo
tontos.
Acoger los
problemas. Los sinsabores. Los miedos y los temores. Y quedarse así,
sintiéndolos, escuchándolos, mirándolos. Recibiéndolos como huéspedes.
Confieso que es
difícil. Casi para nota. Pero no hay otra forma de afrontar la realidad que
viene, que se impone, que nos remueve. tal vez no haya otra forma que abrirle
la puerta e invitarla a tomar un café y a un diálogo abierto con lo que nos
pasa.
¿Qué quieres de
mi?. ¿A qué has venido a mi vida?. ¿Qué lección me traes?. Son preguntas
necesarias que nos ayudan a ampliar nuestra mirada. Ninguna de ellas nos va a
ahorrar dolor ni malestar, pero en nuestra realidad aparecerán duendes de
esperanza. Que no es poco.
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