Este año, como cada año, por la noche de la primera
jornada de nuestro encuentro de Hogares Responsables (más de dos mil) se han reunido
en pequeños grupos, en casa de los equipos parisienses, para cenar, hablar,
conversar fraternalmente. Y este año, como cada año en el curso de la segunda
jornada, me abordaron matrimonios que me hablaron con entusiasmo de su velada
de la víspera. Uno de ellos me decía “Al llegar éramos todos desconocidos unos
de otros; al marchar tenemos el sentimiento de ser parientes”.
¿Cómo explicar la extraordinaria “virtud” de estas
reuniones entre miembros de los equipos? Le pido a san Pablo que responda.
Sobre todo no dejéis de meditar los textos, tomados de sus epístolas, que voy a
proponer a vuestra consideración. Hacen comprender que Cristo se da a nosotros
no solamente de arriba abajo, quiero decir a través de la Jerarquía, los
sacerdotes, los sacramentos, sino también a través de nuestros hermanos,
horizontalmente. Esa es la experiencia que tiene lugar en nuestras reuniones; a
través de los hermanos que oran con gran simplicidad, a través de los que nos
dejan entrever su deseo de perfección y sus dificultades, por las alegrías y las
penas que nos confían, el Cristo que habita en ellos se da a nosotros. Es
porque en el gran Cuerpo Místico nosotros no somos solamente miembros de
Cristo, sino más aun “miembros unos de
otros” (Ef 4,25). Y tenemos necesidad de cada uno, cada uno es portador de
una gracia para los demás, que es particular en él. “Y no puede el ojo decir a la mano: « ¡No te necesito!» Ni la cabeza a
los pies: « ¡No os necesito!»… sino que todos los miembros se preocuparan lo
mismo los unos de los otros”. (1 Co 12, 21-25).
Alguien me confiaba un día: “Para recibir voy a Cristo,
para dar me vuelvo hacia el prójimo”. Le faltaba haber comprendido que Cristo
quiere darse a nosotros por los demás, que los otros son sacramentos de Cristo
para nosotros. El capellán de un campamento de estudiantes lo veía más acertado
y me decía: “Por la mañana vienen para que yo les de a Cristo; durante la
jornada soy yo quien va a ellos que, a su vez, me lo dan a través de su
alegría, su amor fraternal, sus reflexiones en el curso de intercambios de
puntos de vista. El Cristo que les he dado por la mañana me revierte, a través
de ellos, de mil maneras a todo lo largo del día”
He aquí pues algunos pasajes de san Pablo que nos exponen
las grandes leyes de la vida de equipo. Encontraréis en ellos consejos
preciosos para vuestras reuniones mensuales, y también para vuestro hogar.
La
palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y
amonestaos con toda sabiduría… (Col 3, 16)
¡Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de
toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder
nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con
que nosotros somos consolados por Dios! (2 Co 1, 3-4)
Fijémonos
los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin
abandonar nuestras asambleas, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien,
animándoos; tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el Día. (Heb
10, 24-25)
Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna
falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y
cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a
llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo (Gal 6, 1-2)
Vosotros,
hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero no toméis de esa libertad
pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor.
(Gal 5, 13)
En fin – a todo señor todo honor – dejemos la conclusión
a san Pedro:
Que
cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos
administradores de las diversas gracias de Dios (1
Pe 4,10)
(Publicado en LETTRE MENSUELLE DES EQUIPES
NOTRE-DAME, Mars 1961, XIV/6)
HENRI CAFFAREL
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