Como si de
una aparición se tratara, allí estaba delante de nosotros. Llegó como si se
hubiese despistado, como si acabara de abandonar a la Santa Compaña, aunque el día no se prestaba a ese marco, pues ni
había niebla ni llovía. Era un día hermoso de julio, pero ella, Carmiña, estaba
allí, como una aparición.
Comenzó a hablar tímidamente, despacio, como si le
costara romper el silencio, hablaba como pidiendo perdón. Se quejaba de las
limitaciones de acceso a las playas de la isla y, poco a poco, su lenguaje
empezó a subir de tono. Perdida ya la timidez, las quejas ya eran improperios,
y de la crítica pasó a despotricar contra los caciques de la isla, quienes se
amparaban, para limitar el acceso, en la Ley de Costas. Carmiña entendía que
querían sacar dinero. No sé quien tendría más razón.
Carmiña, que los ochenta ya no los cumpliría, tenía
no obstante un cutis envidiable y en su cara apenas se veía arruga alguna. Con
varios y convulsos movimientos de cuello nos explicaba los ejercicios que
hacía, y que, según ella, la mantenían en aquella especie de juventud
encomiable. Y nos aconsejaba para que pudiéramos llegar a su edad en similares
condiciones. Al mismo tiempo aprovechaba para pintarnos la isla como la había
conocido en su juventud, con una añoranza infinita.
Animada
por nuestra escucha, ya sin traba alguna, comenzó la historia de su vida
personal, llena, profunda, a corazón abierto, abiertas todas las llagas que los
largos años, las peripecias y los viajes habían dejado en el mismo.
Siendo
aún jovencita, casó con su padrastro, viudo, y con él corrió la aventura de
atravesar el Atlántico en busca de fortuna en Hispanoamérica. Creo que recaló
en Argentina, detalle que no recuerdo bien. Pudo haber sido perfectamente en
Cuba . Allí tuvo unos años de
mayor o menor fortuna, pero al fin las cosas se enderezaron, y después de haber
tenido tres hijos, y viuda también ella, consiguió un capitalito, con el cual,
pensaba, habrían acabado las penalidades. Y así hubiera sido si en el corazón del
hombre no anidaran la avaricia, la ingratitud y la perfidia.
A su
regreso a España y con un hijo menos por fallecimiento, volvió al nido
abandonado unos cuantos años antes y quemó sus naves, quiero decir que con el
dinero ahorrado, compró una casita en la isla y un barco que puso a nombre de
su hijo. En el momento de este relato, el hijo ya no quiere conocer a su
progenitora y pretende arrojarla de casa. Esta circunstancia y todos los
reveses de su longeva vida y han hecho de Carmiña una vieja entrañable, opero
al mismo tiempo descreída y desconfiada. Desconfía de todos y de todo. Ha
perdido la fe en Dios, a quien ella ha suplicado en miles de ocasiones, y ha
perdido la fe en el hombre, en todos los hombres. Creo que jamás había hablado
como en es mañana. Y es que la soledad ya la estaba ahogando. Creo que todo lo
que nos contó, si no lo hace, acaba matando su cuerpo, al que la edad había
respetado. Por eso pienso que la soledad, esa mañana de julio, hermosa,
transparente, había soltado su garganta y había dado paso a esas palabras que
salían a borbotones, empujándose unas a otras, para que no se le quedara nada
adentro.
Se
despidió de nosotros y se alejó. Todavía media hora más tarde la vimos alejarse
por el camino. Los pinos y los laureles le brindaban la escasa sombra que
proporciona el mediodía en verano,. De pronto desapareció igual que la vimos
aparecer. Aún no sé si la escena fue real, aunque pudimos comprobar que no se
trataba de aparición alguna. Sospechamos que algo de su soledad la abandonó, pues en nuestro ánimo quedó un
poso de soledad profunda, reposada, que bien pudiera ser parte de la que a
Carmiña le sobraba.
XOLMICARIO
Escuchar, escuchar, eso está al alcance de muchos...y dejar que la gente se acerque...dar confianza...simplemente escuchar...ahí es donde hacemos bien. Son gestos pequeños, que denotan la presencia del mismo Dios. Así me ha parecido tras leer esta historia que hoy nos trae XOLMICARIO. Setarcos
ResponderEliminar