Retoza el aire con su andar ligero,
exulta el sentimiento, suena el río,
se olvida el sinsabor de tu desvío
y se ansía la huella del sendero.
Intentas recorrer el mundo entero
al dejar su prisión el albedrío,
terminan el penar y el extravío,
comienza el rielar de tu lucero.
Y buscas, sin saberlo el pensamiento,
una ruta, por todo el firmamento,
que corone el deseo del encuentro.
No ves a Dios en ese mundo extraño
y empiezas a llorar tu desengaño
sin comprender que ya lo llevas dentro.
Joaquín Fernández González.
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