Hijo mío, que estás en la tierra,
preocupado, solitario, tentado.
Yo conozco perfectamente tu nombre
y lo pronuncio como santificándolo,
porque te amo.
No estás solo, sino habitado por Mí,
y juntos construimos este reino,
del que tú vas a ser heredero.
Me gusta que hagas mi voluntad,
porque mi voluntad es que tú seas feliz.
Cuenta siempre conmigo
y tendrás pan para hoy.
No te preocupes,
sólo te pido que sepas compartirlo
con tus hermanos y hermanas.
Sábete que perdono todas tus ofensas,
antes incluso de que las cometas;
por eso te pido que hagas lo mismo
con los que a ti te ofenden.
Para que nunca caigas en la tentación,
cógete fuerte a mi mano,
y Yo te libraré del mal,
pobre y querido hijo mío.
José L. Martín Descalzo
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