-Mi acompañamiento a quien dice adiós-
Muchas
veces me han preguntado qué me empujó a sumergirme en esta experiencia tan dura
para algunos y tan intensa para mí. Cuando era pequeña era un tema que me daba
miedo y del cual pensaba que nunca sería capaz de sobrellevarlo. Ésta fue una
de las razones por las que decidí formar parte de este proyecto. No podía
impedirme a mí misma vivenciar estas realidades por un obstáculo que creaba en
mi mente. Era natural y tenía que saber afrontarlo si el día de mañana quería
ejercer como buena psicóloga.
Un libro de
Elisabeth Küpler-Ross también contribuyó a mi decisión. Me hizo replantearme la
soledad, la angustia y la paz que rodean a una pérdida. No había pasado una
buena etapa y necesitaba encontrar el sentido en mi vida, sentir que realmente
valía y a lo mejor el estar con personas que viven la cuenta atrás de una
manera tan profunda podría hacerme recuperar las ganas de seguir viviendo y de
ilusionarme. Mi anhelo de contribuir a hacer más felices a las personas y la
posibilidad de crecer y enriquecerme cada día acabaron por cerrar las razones
que me adentraron en este mundo.
He de
confesar que al principio me asustaba, no pensaba que iba a ser capaz y el
primer día que entré en una habitación estaba nerviosa. Sin embargo, según iba
pasando el tiempo, las visitas se sucedían, las miradas se intercambiaban y los
ojos hablaban, me fui sintiendo más cómoda y consciente de que era lo que
quería hacer.
No voy con
expectativas, algo que me ha resultado muy difícil. Intento ir con la mente en
blanco y el corazón abierto para aceptar de buen grado y escuchar tantas
historias que se esconden en cada habitación. Quizás tras estos meses me
hubiese gustado haber ayudado más, haber podido lograr que cada paciente se fuera
de una forma serena, promoviendo que pudiera hacer todo aquello que no pudo o
no quiso antes y ahora está al alcance de su mano, o tal vez haber escrito una
despedida para que, tanto los que se van como los que se quedan, puedan decirse
todo lo que nunca hicieron o recordar lo que algún día dijeron.
He
comprendido que no puedo crear castillos en las nubes ni introducirme de
primeras en la vida de las personas y pretender en una hora removerles por
dentro cuando hay veces que ya, ni siquiera, pueden hablar. Pero, es ese no
poder hablar lo que me empuja a irradiar más energía en la mirada, el que me
hace sentir la vida a través de un cuerpo que dice adiós.
¿Con qué me
quedo? Con el gracias de los familiares, con los abrazos sin contacto que
recibo en cada habitación, con el abrirme el corazón y contarme cómo se siente,
con tantas conversaciones que invitan a la reflexión, con las sonrisas
naturales que se alzan en la tristeza, con los sentimientos al desnudo… y sí,
es cierto que no siempre te reciben como me gustaría o que a veces sobras. Pero
esa también es una lección que la vida me enseña, el saber estar, el que te
digan que no y no pase nada, el saber respetar que no quieran contar con tu
ayuda.
Tras estos
meses, he notado un cambio en mí. Me siento realizada por haber podido
enfrentarme a la situación y fortalecida, aunque haya días que el desgarro se
instaure y me haga recordar los instantes de soledad en los que a veces me
escondo. Quizás no he encontrado mi lugar en el mundo pero sí he podido desoxidarme
el corazón cada jueves. La amabilidad que rodea a esa unidad y los sentimientos
humanos que desprenden me han hecho, al menos, reconciliarme con la vida.
Mi
experiencia como voluntaria en la unidad de paliativos
E. T. (joven universitaria amiga de este blog)
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