El tercer nivel de madurez es la madurez
con Dios. Probablemente sea el más difícil de describir porque la relación de
cada persona con Dios es un misterio. Nadie sabe qué ocurre en el corazón de
alguien que, en el silencio de su cuarto o de una capilla, hace oración. Aquí,
al contrario de lo que sucede con nosotros mismos o con otros, tendemos a
sentirnos muy inmaduros. Nos llamamos inmaduros porque a veces nos encontramos
pidiendo cosas que pensamos que son absurdas, o porque nos acordamos de Dios
sólo cuando lo necesitamos. Muchas veces buscamos un Dios que satisfaga
nuestras necesidades y resuelva nuestros problemas, y si lo hace rápido, mejor.
A veces nos gustaría tener todas las respuestas y la capacidad de resolver
problemas. Pero quizás esa inmadurez con Dios sea síntoma, paradójicamente, de
madurez.
Porque la persona madura se pone delante
de Dios asumiendo que le sobrepasa y que es un Misterio. Que muchas de las
circunstancias de la vida le desbordan y no entiende, que se ve muy limitado,
lleno de defectos y siente que él sólo no puede con todo…Sin embargo, siente la
certeza de que hay esperanza. Esperanza en que las cosas buenas de la vida son
siempre mayores que las malas. Esperanza en que a pesar de los defectos que se
puedan tener, la capacidad de hacer el bien es inmensa. Esperanza, en
definitiva, en un Dios que triunfa sobre la muerte y el sufrimiento, y su Amor
es infinito.
Y es desde esa fragilidad bien
asumida acompañada de esperanza, cuando más vulnerable se presenta uno delante
de Dios y se abre, de verdad, a Su Amor infinito.
Pedro Rodríguez-Ponga sj
El contacto personal con Dios me llena de paz. Me pongo en oración, cierro los ojos y desde mi pequeñez me siento arropado, me entrego a El con esperanza. Me ha gustado la reflexión de este día. Setarcos
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