Domingo XIX Tiempo Ordinario
Evangelio de Lucas 12,
35-40
Pantocrator, San Isidoro, León |
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
― Tened ceñida la cintura y encendidas
las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la
boda, para abrirle apenas venga y llame.
Dichosos los criados a quienes el
señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará
sentar a la mesa y los irá sirviendo.
Y, si llega entrada la noche o de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de
casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.
Lo mismo vosotros, estad preparados,
porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
De la primera lectura de este evangelio parece como si estuviésemos ante un
Dios amenazador. Me resiste a esa interpretación. No creo en un Dios juzgador
ni castigador. Creo en un Dios padre que acoge, anima, arropa, ayuda, acompaña,
ama.
Por eso busco otra interpretación a este texto. A mi lo que me dice es que ese
estar alerta es esperar a Dios porque eso nos hará felices. Más aún, ese Dios
en el que creo ya no hay que esperarlo, no ha de venir porque ya está aquí.
Está en cada uno de nosotros. Nos toca darnos cuenta de su presencia. Y
alegrarnos por ello. Y actuar en consecuencia. Cuando nos demos cuenta que Dios
ya está aquí, cuando seamos conscientes que Dios ya está con nosotros, es
entonces cuando experimentaremos la alegría de estar sentados a la mesa con Él.
Lo sentiremos como un padre. Entonces estaremos preparados, conforme al texto
del evangelio. Y aquí está la gran alegría: Dios padre.
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