Cuando estamos en nuestra casa habitual todos tenemos claro
quién es nuestro prójimo: Los vecinos, los hijos y familiares más cercanos, los
amigos, los compañeros de trabajo…
Poco a poco los hemos ido conociendo y nos hemos habituado
a ellos, sabemos más o menos cómo son, los que les gusta o disgusta y cómo
comportarnos con ellos. No parece difícil.
Pero de repente nos vamos de veraneo y empezamos a conocer
gente nueva que no sabemos cómo tratar y qué decir para que se sientan cómodos
con nosotros.
Quizá lo primero que debemos hacer es pensar que el prójimo
no podemos elegirlo. Son las personas que se nos van acercando, se cruzan en
nuestra vida, y unos nos gustan más que otros. Pero es así. La simpatía no es siempre la misma.
Hemos de buscar lo bueno que tiene cada persona, descubrir
poco a poco el rostro de Dios en ellos y a partir de ahí empezar a
comunicarnos. Hay un idioma que todo el mundo entiende, es el del amor.
Tratémoslos con cariño y ellos se irán acercándonos más y más a nosotros. Dios
está en todos.
Un abrazo
Huellas
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