Carl Jung utilizó el término
“sombra” para describir esa parte de nuestra personalidad que reprimimos porque
entra en conflicto con la forma en que, a lo largo de la vida, hemos aprendido
a vernos. Hemos construido una imagen, un rostro con el que nos relacionamos
con los demás y que nos permite satisfacer nuestras necesidades, porque es la
imagen que ha sido aceptada por las personas de nuestro entorno. Aprendimos a
reprimir todas las partes de nuestro ser que podían traernos desaprobación o
castigo.
Entonces se desencadena una
lucha entre lo que queremos ser y lo que en realidad somos, y eso nos deja a
merced de la ansiedad, del temor a que los demás vean de nosotros lo que tanto
nos estamos empeñando en tapar.
Todo lo que no queremos ser,
nos completa. Somos una mezcla de oscuridad y luz, de bien y mal, capaces de lo
mejor y también de lo peor. Nuestro yo es multidimensional y se mueve en la
polaridad.
Necesitamos revisar nuestra
actitud hacia esa parte de nosotros que reprimimos, ya que en ella reside una
fuente inagotable de riqueza. Estamos haciendo callar a lo mejor y más
auténtico de nosotros mismos y alimentando nuestros agujeros emocionales.
Todo intento por evitar o
postergar el encuentro con nuestra sombra, nos hace incrementar las
dificultades para adentrarnos en nuestro mundo y descubrir quiénes somos, nos
aleja de vivir conscientes, nos impide responsabilizarnos de nuestra vida y
vivir eligiendo desde nuestra libertad.
Se habla mucho de la felicidad
y es un bien tan preciado que lo convertimos en un anhelo permanente. Existen
momentos felices, a veces fugaces y para vivirlos es necesario estar presentes.
La felicidad no es un destino, no es una carrera con meta a la que tengamos que
llegar, sino más bien es el camino que transitamos cada día y, en la medida que
estamos más presentes, nos damos la oportunidad de vivir de instante en
instante.
Si esperamos el momento de que
“todo” nos vaya tal y como queremos para ser felices, nos condenamos a no
serlo. Cuando no conseguimos nuestros propósitos aparece la frustración, con
sentimientos de desvaloración, tristeza, decepción, amargura, enfado o
irritabilidad. Para cada persona la profundidad de su malestar está asociada al
nivel de sus expectativas.
Nuestros propios agujeros
dificultan que seamos tan felices como podemos. Se alimentan de las necesidades
que no hemos podido cubrir a lo largo de nuestra vida. Buscamos fuera de
nosotros para alimentar la fantasía de lo que queremos ser, más que a abrazar
la realidad de quien somos.
Las personas para las que la
felicidad es conseguir valoración intentan validarse permanentemente y solo
logran sentirse a gusto a costa del
reconocimiento de los demás. Para ello presumen de todo lo que poseen, lo que
hacen, los amigos que tienen, al tiempo
que desacreditan, desprecian y ridiculizan a los demás.
Las personas que intentan
validarse a través de la exigencia y el perfeccionismo, buscan una perfección
imposible y el control de todas las situaciones y, por supuesto, de las
personas de su entorno. Suelen terminar agotados y más temprano que tarde,
terminan quedándose solos, por las actitudes despreciativas que han utilizado
en el camino para conseguir sus logros.
Otras personas que tienen
mucha dificultad para ser felices, son las que van buscando aliados,
envenenando con enredos, hablando mal de unos cuando están con otros y de los
otros cuando están con los primeros. De esta manera se garantizan tener la
atención de todos y en todos los momentos.
Muchas personas intentan
llenar su agujero emocional siendo afectivamente importantes para los otros.
Para ellas la felicidad consiste en hacer felices a los demás y, ponen todo su
esfuerzo en lograrlo, olvidándose incluso de sí mismos, sin darse cuenta de que
a veces no es posible contentar a todo el mundo.
Pero llenar nuestros agujeros
depende única y exclusivamente de nosotros mismos y exige una decisión
voluntaria y libre.
Es necesario colocarnos en
nuestro centro, conectar con nuestras necesidades, deseos y aspiraciones y
atrevernos a ser auténticos y honestos con nosotros mismos, eliminando todo lo
que no esté en sintonía o nos mueva en una dirección contraria a nuestro mundo
interno.
María Guerrero Escusa,
psicoterapeuta
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