El evangelio de este domingo suena muy duro: no he venido a traer a este mundo la paz sino la división. ¡¡Hay tanto que no entendemos!! Hoy celebramos la festividad de San Maximiliano Kolbe. En su celda estuvo el papa Francisco hace unos días con motivo de la JMJ. Tomás Trigo, de La Razón, escribió lo que sigue:
DIOS ESTUVO EN
AUSCHWITZ
Hace unos días, en la JMJ, vimos al Papa en
Auschwitz-Birkenau. Lo vimos encender una lámpara de aceite en memoria de las
víctimas y bajar, en silencio y oración, a la celda en la que el sacerdote
Maximiliano Kolbe fue encerrado para que murieran de hambre y sed. Después
saludó a algunos supervivientes y a cristianos que ayudaron a los perseguidos.
No pronunció ningún discurso. Sólo dejó un mensaje en el libro de memorias del
campo. Tal vez esperábamos unas palabras de Francisco sobre Dios y el problema
del mal, y que intentaría responder, como hizo Benedicto XVI, a la pregunta de dónde
estaba Dios en Auschwitz. Pero la visita fue de silencio y oración.
El mal es un misterio. Podemos hablar horas y horas sobre
el mal, escribir voluminosos tratados sobre el sufrimiento, y preguntarnos
quiénes son los culpables de los horrores, pero al final sigue siendo un
misterio.
El Papa nos acaba de enseñar cuál debe ser nuestra actitud
ante ese misterio: el silencio y la oración, para que el dolor de millones de
personas cale en nuestros corazones, y nos decidamos a no banalizar nunca el
mal. Y la petición de perdón no sólo para unos pocos, sino para toda la
humanidad.
Francisco rezó en la celda de san Maximiliano Kolbe, que se
ofreció a morir en lugar de Franciszek Gajowniczek, condenado con otros nueve
hombres como represalia por la fuga de un prisionero. Kolbe le dijo al coronel
de las S.S. Karl Fritzsch: «Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo.
Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos». La
sustitución fue aceptada. He aquí el modo de superar el mal: entregar la vida
por el bien de los demás. En medio de aquella barbarie de odio y maldad, un
hombre entrega su vida por otro hombre. Kolbe nos demuestra que la última
palabra, la única palabra importante, no es el mal, sino el amor. Dios estaba
en Auschwitz, en el corazón de Kolbe.
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