¿POR QUÉ TANTOS FRACASOS?[1]
Cuando se llevan muchos
años de vida sacerdotal, se impone una constatación, dolorosa, abrumadora: deserciones,
innumerables deserciones. ¡Cuántas promesas en la vida, alegre y llena compromisos,
de las que fui testigo! Y veinte años después, cuántos fracasos, secretos o
públicos: este militante cuya generosidad fue admirable durante años, hoy
hastiado, escéptico, inmovilizado para los compromisos; este hogar, campeón de
la espiritualidad conyugal, donde se introdujo el demonio del adulterio; este
otro, pilar de su parroquia, que ve a sus hijos mayores impacientes por dejar la tutela y la religión de la familia. Tantos
y tantos otros, cuyo fervor de amor y de fe se convirtió en un estilo triste, en
una tibia mediocridad.
Tibio, el término me
vino espontáneamente. Y me recuerda un texto del Apocalipsis. Buscándolo, me
sorprende ver que medio siglo después de la muerte de Jesucristo, ¡ya! Los fieles
se relajaban. "Conozco tus obras, dice el Cristo, sé que no eres frío ni
caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te
vomitaré de mi boca." (Ap. 3, 15).
Ante esas múltiples deserciones, el moralista (en el sentido de nuestra
literatura clásica) tendería al escepticismo, amargo o bonachón según su
temperamento. Vería en ello una prueba de la ley de la gravedad, ineludible,
que hace caer a tierra todas las cosas e incluso los ímpetus más prometedores.
Pero el sacerdote de Jesucristo no lo hará. Sabe que el camino de la vida
humana debe tender a la santidad y no caer en la mediocridad. “Sed perfectos
como vuestro Padre Celestial es perfecto” También busca ansiosamente la causa
de tantas deserciones.
Creo que la explicación es necesaria. Lo mismo que el organismo físico
decae cuando sus necesidades esenciales son insatisfechas (privado de agua, se
deshidrata rápidamente; de alimento, se debilita; si falta sueño, la depresión
nerviosa lo acecha; si el oxígeno falta, se asfixia), de igual manera el
organismo espiritual frustrado en sus necesidades vitales presenta fenómenos
análogos: anemia espiritual, baja vitalidad, pérdida del gusto por la vida
(interior). A decir verdad, el interesado a menudo no es consciente de la
alteración de su salud moral. Pero si viene una epidemia - quiero decir una
tentación - ocurre la catástrofe. Todo el mundo se asombra ante la caída
brusca. De hecho, es brusca sólo aparentemente, se preparaba desde hace tiempo.
Cuántas veces he oído decir: " durante veinte años fue un hogar que se
citaba como ejemplo, y de repente…" No, no de repente: hace mucho tiempo
que tenía su resistencia debilitada.
*
Las necesidades vitales del organismo espiritual son numerosas. Hay tres
que me parece urgente recordarlas. Las enseñanzas de los autores espirituales,
pero más todavía la experiencia de veinticinco años de vida sacerdotal, me han
convencido de su imperiosa necesidad.
Nuestra generación – teóricamente – no merece el reproche de subestimas la
Eucaristía.
Nació a la vida cristiana al día siguiente de los decretos de Pío X sobre
la comunión temprana y frecuente. Chicos y chicas jóvenes tienen la costumbre
de comulgar los domingos y muchos entre semana. Pero cuántos abandonan la
comunión cuando les sería más necesaria: para superar las dificultades de la
vida conyugal, resistir los peligros de los compromisos políticos, triunfar
sobre el materialismo ambiente, mantenerse libres de esta caída en medio de la
vida “en la que se cae a propósito por aburrimiento… porque el camino es largo,
y porque su final está lejos, porque se recorre solo y porque no hay consuelo.”
No es por casualidad que para darse a nosotros, Cristo tomó pan y no un alimento
raro: el pan es alimento diario. Los cristianos pedimos al Padre todos los días
el Pan irremplazable. Inconsecuentes descuidan ir a buscarlo. ¡Creen poder
vivir sin comer!
H.C.
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