“Nadie sabe definir la felicidad”
El psiquiatra francés, considerado uno de los padres de
la resiliencia, vaticina que el siglo XXI será el de la sumisión del hombre a
la máquina
El
País MARZO 2015
Juan
Barbosa
Boris Cyrulnik decidió que quería ser psiquiatra a
los 11 años. Vio en esa ciencia del alma, como él mismo la define, la
posibilidad de llegar a entender la locura del nazismo. Cuando tenía seis años,
cuatro oficiales alemanes armados rodearon su cama y se lo llevaron detenido.
Tardó en comprender que aquello ocurría porque era judío.
Recuperar
a personas que han sufrido un trauma infantil. Esa acabó convirtiéndose, años
más tarde, en la misión de su vida. Y, de hecho, se le considera uno de los
padres de la resiliencia, ese término, ahora tan en boga, que indica la
capacidad de volver a la vida tras pasar por un trauma.
Psiquiatra,
neuropsiquiatra, psicoanalista, investigador y etólogo francés (de origen
ruso), puso de manifiesto en 2001 con Los patitos feos que
una infancia infeliz no tiene porqué determinar una vida: los traumas se pueden
trabajar, se pueden superar.
Nacido en 1937 en Burdeos,
rescatado de la orfandad –sus padres murieron en la guerra– por una tía,
presenta ahora Las almas heridas (Gedisa, 2015), obra en la que destila el saber de
los años dedicados a restañar heridas. En una sala del Instituto Francés de
Barcelona, concede esta entrevista horas antes de pronunciar una conferencia.
Pregunta. Usted definió la
resiliencia como “el arte de navegar en los torrentes” en su libro de 2001, Los patitos feos. En
2012, en París, en el primer congreso sobre resiliencia, se definió
como “la vuelta a la vida tras un trauma psicológico”. ¿Con qué definición se
queda?
Respuesta. Sí, la definición ha
evolucionado. La metáfora es: nos vemos empujados a un torrente por una
desgracia de la vida; algunos se dejan arrastrar y golpear, otros llegan a
debatirse y, con un poco de suerte, se ponen de nuevo a flote. Cuando empezamos
con nuestros trabajos sobre la resiliencia en Toulon llegamos a una que es:
“Retomar un nuevo desarrollo tras una agonía psíquica o traumática”.
P. En Las almas heridas dice usted que hay 4.641
documentos y 1.023 tesis doctorales sobre resiliencia solo en Francia. ¿Se
puede hablar de una moda, o de una inflamación del término, como se le ha
escuchado decir?
R. Sí, ha habido un
efecto de moda en la resiliencia que ha generado una inflamación de la palabra.
Ocurrió con el psicoanálisis, con la genética; pasa cada vez que un concepto
entra muy rápido en la cultura: todo el mundo adopta esa palabra y diluye su
significado. La inflamación del psicoanálisis produjo que se dijera que Freud
era un obseso sexual y que el psicoanálisis era inmoral; en el caso de la
resiliencia: la inflamación semántica ha hecho que se diga que resiliencia
significa que uno puede curarse de todo. Y yo nunca utilizo el término curarse.
Además, uno no puede curarse de todo. Pero si no se hace nada, uno no se cura
de nada. Si se hace algo, a veces se mejora un poco, aunque no siempre.
P. Sostiene usted que
la resiliencia ayuda a vencer prejuicios. ¿Contra qué prejuicios lucha?
R. Contra el
determinismo biológico o sociológicos únicos: “Ha sido maltratado, será un
maltratador”. Si se le abandona, puede que repita ese comportamiento en un 30%
de los casos. Si se abandona a esos niños, hay una maldición. Si se les apoya,
no.
P. Lo mismo debe de ocurrir con los refugiados que llegan a
Europa. Muchos vienen de vivir situaciones muy traumáticas. La respuesta de las
sociedades que les acogen determinará la superación de su trauma.
R. Se les puede
masacrar, como en Calais, y convertirlos en delincuentes. O se puede salvar a
muchos de ellos. Cuando la emigración es voluntaria hay pocos traumas
psíquicos. Pero la mayor parte del tiempo, la emigración no es deseada. La
gente es expulsada de sus países; huye porque si no, muere.
P. Cita usted en su
libro al psiquiatra Henry Ey, que decía que el hombre no es más que la
naturaleza a la que se enfrenta. ¿Cómo ve usted al hombre en este comienzo del
siglo?
R. La vergüenza del
siglo XX fueron las guerras mundiales y los genocidios; genocidio armenio,
genocidio judío, genocidio ruandés, y otros. Son consecuencia de las
tecnologías, las guerras mundiales han sido terribles por culpa de la
tecnología. El problema del siglo XXI va a ser la sumisión a las máquinas.
P. ¿Por qué?
R. Internet es un instrumento de comunicación asombroso. Pero
también se ven cubos de basura en Internet. Hay un progreso fantástico del
conocimiento, pero también un desarrollo de la delación y la difamación.
P. Hablaba usted en Los patitos feos de que las victorias en el
campo de los Derechos Humanos y de la tecnología nos hacen creer en la
posibilidad de una erradicación del sufrimiento. Pero el sufrimiento es parte
de la vida, ¿no?
R. Los médicos, los
psiquiatras, los psicólogos, somos curadores; elegimos esas profesiones para
curar; somos artesanos, no somos siempre científicos. La victoria de la
tecnología nos ha hecho creer que íbamos a luchar contra las injusticias
sociales, pero cada vez hay más.
P. ¿Cuáles son las
heridas más difíciles de sanar?
R. Hay que huir de la
idea de Descartes de que una causa produce un efecto. ¡Muerte a Descartes! Hay
que decir: antes de la herida; durante la herida; tras la herida. Antes de la
herida: ¿qué nos permite adquirir factores que puedan protegerle a uno de una
eventual herida? No hay biografía sin heridas. Todo el mundo, en mayor o menor
medida, atraviesa la vida recibiendo golpes. Si uno, de pequeño, cuenta con un
apego seguro, que cultiva la confianza en uno mismo, cuando llega una
desgracia, la encaja porque su memoria le dice que es posible salir adelante.
Se sufre menos si el golpe es lejano que si lo da alguien cercano. Cuando fui
un niño mi familia fue destruida por el nazismo; y yo casi quedo destruido; el
golpe venía de lejos y yo me sentí protegido por los justos, los franceses no
judíos que me acogieron.
P. Si las desgracias, en la existencia, son inevitables,
¿proyectamos entonces una idea falsa de la felicidad en la sociedad occidental
hoy en día?
R. Nadie sabe definir
la felicidad. Durante mucho tiempo el paso por la tierra era el valle de
lágrimas entre dos paraísos: el paraíso perdido, por culpa del conocimiento; y
el paraíso posible, que podemos ganar tras nuestra muerte, obedeciendo a las
leyes divinas. Entre los dos paraísos se sufría. El siglo XIX y la revolución
francesa cambiaron esta noción de la felicidad. Si creemos que la felicidad es
metafísica, creeremos que solo puede llegar después de nuestra vida, o de
nuestra muerte. Es lo que ocurre con los yihadistas. El yihadismo enseña lo que
los cristianos enseñaron durante mucho tiempo: morid primero, seréis felices
después.
P. ¿Cómo ve el futuro
de esta sociedad que nos vende esa idea de felicidad que no es tan fácil de
conseguir?
R. Una de las
soluciones que nos han propuesto han sido las pastillas. Es una solución falsa,
la droga: tome medicamentos para ser feliz. Ahora sabemos que la felicidad es
un tricotar continuo; es el placer de vivir cotidiano; es un trabajo de todos los
días, no es metafísico. La artesanía de la felicidad cotidiana se tricota día a
día.
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