miércoles, 14 de agosto de 2013

TESTIMONIO PARA MOMENTOS DIFÍCILES



-Mi acompañamiento a quien dice adiós-

Muchas veces me han preguntado qué me empujó a sumergirme en esta experiencia tan dura para algunos y tan intensa para mí. Cuando era pequeña era un tema que me daba miedo y del cual pensaba que nunca sería capaz de sobrellevarlo. Ésta fue una de las razones por las que decidí formar parte de este proyecto. No podía impedirme a mí misma vivenciar estas realidades por un obstáculo que creaba en mi mente. Era natural y tenía que saber afrontarlo si el día de mañana quería ejercer como buena psicóloga.

Un libro de Elisabeth Küpler-Ross también contribuyó a mi decisión. Me hizo replantearme la soledad, la angustia y la paz que rodean a una pérdida. No había pasado una buena etapa y necesitaba encontrar el sentido en mi vida, sentir que realmente valía y a lo mejor el estar con personas que viven la cuenta atrás de una manera tan profunda podría hacerme recuperar las ganas de seguir viviendo y de ilusionarme. Mi anhelo de contribuir a hacer más felices a las personas y la posibilidad de crecer y enriquecerme cada día acabaron por cerrar las razones que me adentraron en este mundo.
He de confesar que al principio me asustaba, no pensaba que iba a ser capaz y el primer día que entré en una habitación estaba nerviosa. Sin embargo, según iba pasando el tiempo, las visitas se sucedían, las miradas se intercambiaban y los ojos hablaban, me fui sintiendo más cómoda y consciente de que era lo que quería hacer.

No voy con expectativas, algo que me ha resultado muy difícil. Intento ir con la mente en blanco y el corazón abierto para aceptar de buen grado y escuchar tantas historias que se esconden en cada habitación. Quizás tras estos meses me hubiese gustado haber ayudado más, haber podido lograr que cada paciente se fuera de una forma serena, promoviendo que pudiera hacer todo aquello que no pudo o no quiso antes y ahora está al alcance de su mano, o tal vez haber escrito una despedida para que, tanto los que se van como los que se quedan, puedan decirse todo lo que nunca hicieron o recordar lo que algún día dijeron.

He comprendido que no puedo crear castillos en las nubes ni introducirme de primeras en la vida de las personas y pretender en una hora removerles por dentro cuando hay veces que ya, ni siquiera, pueden hablar. Pero, es ese no poder hablar lo que me empuja a irradiar más energía en la mirada, el que me hace sentir la vida a través de un cuerpo que dice adiós.

¿Con qué me quedo? Con el gracias de los familiares, con los abrazos sin contacto que recibo en cada habitación, con el abrirme el corazón y contarme cómo se siente, con tantas conversaciones que invitan a la reflexión, con las sonrisas naturales que se alzan en la tristeza, con los sentimientos al desnudo… y sí, es cierto que no siempre te reciben como me gustaría o que a veces sobras. Pero esa también es una lección que la vida me enseña, el saber estar, el que te digan que no y no pase nada, el saber respetar que no quieran contar con tu ayuda.

Tras estos meses, he notado un cambio en mí. Me siento realizada por haber podido enfrentarme a la situación y fortalecida, aunque haya días que el desgarro se instaure y me haga recordar los instantes de soledad en los que a veces me escondo. Quizás no he encontrado mi lugar en el mundo pero sí he podido desoxidarme el corazón cada jueves. La amabilidad que rodea a esa unidad y los sentimientos humanos que desprenden me han hecho, al menos, reconciliarme con la vida.
                                              
Mi experiencia como voluntaria en la unidad de paliativos

E. T. (joven universitaria amiga de este blog)



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