Es frecuente escuchar que
estamos en horas bajas para la religión. No lo voy a negar. Pero me
parece que refugiarse en esa realidad no nos estimula. Ha habido una
forma de ser cristiana, que está quedando atrás. Los cambios de nuestras
sociedades los arrumban.
Un recuerdo que guardo del
pasado reciente es que en el sábado santo –que no era sábado de gloria– había
siempre estrenos teatrales de categoría. ¿Qué ocurría? Que en cuaresma no había
teatro o apenas había. Los directores y actores se volcaban para el sábado
santo. Es un ejemplo de todo un conjunto diferente, porque también desaparecían
o disminuían los cantantes y los demás espectáculos. Y no había el
pluralismo cultural y religioso que tenemos ahora. Hay gente cristiana no
católica que no va a sumarse a nuestra cuaresma.
Estamos en esta
situación. Pluralismo cultural y religioso. Apertura de tiendas a
todas las horas del día y de la noche. Tenemos toda clase de espectáculos todos
los días, a todas horas. Nuestras sociedades, a pesar de su enorme desigualdad,
siguen cargadas de todo lo imaginable en cualquier época del año. Y tenemos
internet, WhatsApp, con sus inmensas posibilidades, incuso de entontecer a las
personas y vaciar la interioridad. El ambiente cuaresmal, que la gente
mayor hemos vivido, no va a volver. En la sociedad no se va a notar que
estemos en cuaresma, absolutamente nada, aunque saquemos el Santísimo por las
calles y hagamos públicamente otros muchos signos. Asumamos que la fuerza
social de la Iglesia es menor que en la época anterior y seguirá disminuyendo.
¿Qué hacer en estas circunstancias? No vamos a señalar cosas específicas; el
problema es mucho más profundo. Daré algunas pequeñas pinceladas.
No volvamos al pasado ni a
nada que se le parezca. Hay gente empeñada en volver al pasado,
quizás confundida por ciertas predicaciones, ciertos seudo-pastores y ciertos
signos emocionales.
Evitemos también la
espiritualidad acumulativa. No crecemos por acumulación, ni física
ni espiritualmente, sino por buena digestión y asimilación. Inevitablemente
habrá un aumento de actos durante la cuaresma. Pero que sea un aumento sobrio.
No abusemos de ellos. Lo que logramos por esa vía es cargar a la gente que
trabaja y tiene hijos pequeños, y entretener a quienes no tienen mucho que
hacer. O sea, dar gusto interior.
El punto más importante
es fortalecer la interioridad, fortalecer el núcleo de las
personas. Cuando el ambiente nos es adverso, la solución no está en
competir con él, sino en acrecentar el amor a Jesús, un amor apasionado.
Acrecentar las devociones no es precisamente fortalecer el núcleo.
Probablemente lleva a dispersarlo. Es posible que, inicialmente, las devociones
nos aumenten la clientela; pero la gente necesitará pronto otra novedad.
Enseñemos a nuestra gente a
orar, pero una oración centrada en Jesús. Nuestra gente ora
poco; no sabe qué hacer en la oración. Oran en grupo y con canciones, con
escasos tiempos para penetrar en sí mismas. Cantar, aplaudir, moverse, son tan
superficiales, que lo que logran es dar algunas emociones fáciles. Enseñemos a
la gente a orar a solas con regularidad y constancia, aunque sea costoso.
Enseñemos a orar con menos palabras. Comentemos el texto de Mateo 6,6. Lo
tenemos a mano, sin necesidad de acudir a novedades. ‘Cuando ores, entra en tu
habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre en lo secreto. (…) Y no hables
mucho en la oración. Tu Padre sabe de antemano lo que vosotros necesitáis’.
La oración personal, hecha con
regularidad y constancia fortifica el núcleo de la persona y lo transforma.
Desde ahí se expande la transformación al resto de la persona. Muchos rezos, sí
los hay, en ciertos ambientes; mucha espiritualidad acumulativa. Oración
penetrante y creciente, escasa. Y nos cuesta mucho dar este tipo de educación
religiosa.
Comprendo que habría que añadir
más cosas. Habrá ocasiones para volver sobre este tema.
Patxi Loidi
Periodista Digital
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