Creo en el Misterio de la Vida
que me hizo nacer del abrazo amoroso; que me sustenta, me envuelve y me ayuda a
respirar de otra manera; que me invita a ser más que a poseer; que es mi tierra
fértil, mi latido y mi esperanza. Que me urge a la felicidad y la alegría, a
celebrar cada día el gozo de estar vivo.
Creo que el Misterio se revela
a los sencillos y se oculta a los poderosos y a quienes se creen saberlo todo.
Habita en el hondón personal de cada mujer y cada hombre; en los árboles, los
animales, los ríos y las montañas; en las estrellas, los agujeros negros, las
galaxias…, el universo que nos asombra y fascina.
Creo que el Misterio es un eco
y una llamada. El eco que resuena siempre en nuestro ser más íntimo, el eco que
nos hizo abrir los ojos a la luz. La llamada a crecer en relación, sintiéndonos
una fracción del Todo del que formamos parte y, a la vez, siendo también el
Todo consciente, que camina, sufre y ama.
Creo que el Misterio queda
mancillado y encubierto tras el lamento del dolor y la soledad, las lágrimas
del sufrimiento, la sinrazón del odio, la indiferencia ante el hambre y la
guerra. Y se manifiesta y visibiliza en la armonía, la belleza, la ternura, la
solidaridad; en las sendas que sembramos con semillas de sensibilidad, justicia
y misericordia.
Por eso creo en la
Misericordia, que es la epifanía del Misterio. Que sana las heridas por
nuestras manos, que acaricia con la mirada a quien se siente frustrado, que
clama con nuestros gritos ante la exclusión, que acoge al refugiado, a la mujer
maltratada, a pesar del miedo y la indiferencia general. Que es puro don
gratuito.
Creo en la Misericordia, que
se encarnó en la persona de Jesús de Nazaret y a la que llamó Abbá, Papá, Mamá:
es el Hijo que nos invita a confiar como hijos y nos muestra el camino de la
felicidad y la solidaridad; el Sanador que nos mueve a curar tantas heridas; el
Hermano que nos convoca a vivir como hermanos en comunidad, abiertos a toda la
humanidad y en profunda comunión con toda la creación.
Creo en la Misericordia, que
es atención, paz e impulso, para poder escuchar y dar nuestro apoyo a las
alternativas que surgen cada día, y así seguir construyendo ese otro mundo más
justo, pacífico y fraterno, que está latiendo en nuestros corazones, que ya
está aconteciendo en tantos proyectos a lo largo y ancho del planeta, por
mínimos que parezcan.
Creo en la Misericordia, que
anida en nuestro interior como un fuego, un desasosiego, un empeño. Que hay que
alimentar para que no se apaguen sus brasas. Que hay que cuidar, para que siga
siendo nuestra segunda piel y nuestro bálsamo para los demás. Felices quienes
se muestran siempre misericordiosos porque, solo así, se sentirán afortunados y
satisfechos del sentido que han dado a su vida.
Miguel Ángel Mesa Bouzas
Periodista Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario