“Lo que hicisteis con uno de estos mis
hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Me estremece esta palabra y me
invita a entrar dentro de mí descalza para poder introducirme en la realidad de
los demás con respeto sagrado. Calzado son, para mí, los prejuicios, juicios,
exigencias…etc.
La Palabra me bautiza
constantemente y me sacraliza, por eso me causo un profundo respeto: Soy tierra
sagrada.
Al darme cuenta de esta
realidad se me salen los zapatos de los pies para poder entrar en mi santuario
interior descalza. Allí me espera el Señor Jesús para recordarme que lo que
haga conmigo misma, con él lo hago, y con todos los hermanos.
¿Qué hago conmigo misma? Entro
en mi aposento y pido al Señor luz para mí, transparencia ante él. Deseo verme
por dentro para conocerme tal como soy; sin componendas y sin componentes, en
verdad, con humildad, en pobreza. Sin disculparme, sin engañarme, porque es muy
fácil que todo esto me suceda y no me de cuenta.
Profunda sinceridad, porque si
me pongo ante mí con respeto y dejo que la LUZ me ilumine, además de verme yo,
veo a Jesús que vive en mí y con él veo a todos los hermanos del mundo.
Solo puedo descalzarme ante
los demás si soy yo misma y no pretendo ser otra persona, aunque sea mejor que
yo.
Solo puedo descalzarme cuando
siento mi pobreza de forma especial, y solo desde mi necesidad bañada en la
transparencia de Jesús el Señor, que incesantemente se derrama sobre mi vida,
se puede realizar este sacramento de amor y comunión.
Solo en pobreza puedo
reconocer a los hermanos como tierra sagrada, en la que Dios ha plantado su
misterio y florece y fructifica constantemente. “Lo coronaste de gloria y dignidad” (Sal 8).
Sor María de Gracia, O. S. H.,
Junio 1996
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