Realmente suena fuerte lo que
nos ha puesto a escribir, sintetizado en el título de este artículo. Quizás
abrume, quizás escandalice, pero la libertad que nos ha sido dada puede llegar
al límite de lo absurdo: frustrar el plan de Dios para con nosotros y con todo
lo que nos rodea, que es puro don.
Todo empezó leyendo el
episodio de los dos ciegos suplicantes que seguían a Jesús (Mt 9, 27-31). No
actuó de inmediato, les implicó en su propia sanación, aunque el poder de sanar
procediera de él -“¿Creéis que puedo hacerlo?”-; un contundente “Sí”
salió de las entrañas de los dos hombres y aún así, no les liberó de su propia
responsabilidad en la sanación – “Que os suceda según vuestra fe”-. Su
fe debía ser grande pues “se les abrieron los ojos”.
¿Qué significa creer que Dios
todo lo puede? ¿Lo creo? ¿Estamos convencidas hasta el extremo de pasar
evaluación de nuestra propia fe?
Lo primero será adentrarnos en
la contaminación que sufrimos referente a la idea del Poder. Esa palabra nos
lleva instantáneamente a pensar en varios tipos de poderes, que a veces hasta
se confunden: el poder de Dios y los poderes del mundo, el poder del dinero,
etc...
El poder de Dios,
generalmente se identifica con algo sobrenatural, incluso mágico. Un poder
ejercido por alguien fuera del mundo, que por voluntad propia o movido por los
pedidos, ruegos y súplicas de las personas intervendría para cambiar
situaciones. Este poder sería capaz por sí solo de hacer milagros y otros
signos de manera antojadiza, ya que en algunas ocasiones cambiaría el rumbo de
las circunstancias y en otras no.
Los poderes del mundo,
con los esquemas de opresión, discriminación, avaricia, corrupción, etc. manipulan,
aplastan y difunden el miedo como mecanismo de sumisión, anestesiando la
capacidad de libertad de la gente. Esto mismo sucede muchas veces dentro de las
religiones, que en nombre de Dios cometen todo tipo de atropellos.
El poder del dinero como
espejismo que doblega la cultura, la creatividad, la capacidad intelectual,
transformando la vida en una cadena de producción y de consumo. Cada instante
del tiempo se mercantiliza y se valora según la rentabilidad que produce. Ahí
caen los más débiles: los niños, los ancianos, los enfermos, lo que huyen de
conflictos sangrientos… Así ejerce el mitológico Rey Midas actualizando las
formas y maneras a estos tiempos. Desgraciadamente también por este poder, las
religiones son tentadas.
Nuestro modo de entender el
poder está influido por el modo en que lo ejercen quienes dominan las naciones,
pero, sorprendentemente, al detenernos con seriedad frente a la figura de Jesús
entregándose hasta la cruz por solidaridad con quienes estaban llenos de miedo
y atormentados por la injusticia, nos llega un modo distinto de entender el
poder de Dios. Es el poder de lo humilde, de lo chiquito, de lo escondido que
irrumpe como la levadura en la masa transformándolo todo. Así el poder de Dios
en nuestras manos tiene una fuerza arrolladora. Y con ese nuevo modo de
entenderlo nos llegan nuevas palabras. Solidaridad, la primera palabra,
solidaridad hasta la muerte, y esta solidaridad es una que nace desde la
impotencia que nos lleva a reinterpretar la vida desde Dios. Otra palabra que nos
llega es responsabilidad, al darnos cuenta de que es a través de nosotros como
se manifiesta el poder solidario de Dios.
La solidaridad se
hará realidad mirando el sufrimiento del mundo, dejando que la empatía y la
compasión se hagan presentes en los espacios donde la violencia destruye sin
ton ni son; pero también en el epicentro del poder del mundo, en donde se toman
las decisiones de matar o no matar, de acoger o repatriar, de fabricar armas o
vacunas.
Tenemos responsabilidad activa
en la administración de ese poder infinito que Dios tiene y que ha querido
poner en nuestras manos, implicándonos en su acción salvífica. Y cada día nos
pregunta: “¿Creéis que puedo hacerlo?”. ¿Qué respondemos?
Si el silencio y la cabeza
agachada son la respuesta, seguirán sufriendo tantos inocentes.
“¡Qué suceda según vuestra fe?...
¿Será nuestra fe capaz de mover montañas? Seremos capaces de ser luz y sal o
dejaremos escondido el poder que Dios nos ha dado para transformar el mundo?
Viviendo ya el tiempo de
Navidad, revisemos que para Dios todo empieza siempre en pequeño, incluso
de restos. A veces suspendemos en solidaridad y en responsabilidad, pero la
esperanza sale al paso. “Ven, Señor, Jesús…” y aquí llega, es
Navidad.
Yolanda Chavez (Los
Ángeles) yolachavez66@gmail.com
Mari Paz López Santos (Madrid) pazsantos@pazsantos.com
Patricia Paz (Buenos
Aires) ppaz1954@gmail.com
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