Sabemos que, cuando un
problema del presente alcanza algún ribete de desproporción, por su intensidad
o repetitividad, es muy probable que nos hallemos ante alguna herida o carencia
infantil. Quien necesita ser alcanzado, en ese caso, no es el adulto que hoy
somos, sino aquel niño que quedó olvidado en algún rincón de nuestro
inconsciente, a quien tenemos que encontrar, acoger y reconocer. Tendremos que
empezar por visualizarlo, dedicarle tiempo y hacernos
cargo de él, acogiéndolo con una mirada bondadosa y un sentimiento
de amor, diciéndole lo que siempre necesitó escuchar: eso
le devolverá la confianza y la seguridad que hambrea desde hace tiempo. Se
trata, sin duda, de uno de los trabajos más eficaces de cara a crecer en
integración psicológica.
Lo que, en todo caso, resulta
evidente es que, sin el encuentro con el niño/a interior, no será posible
lograr la integración psicológica. De cara a vivir ese encuentro, puede ayudar
la siguiente práctica.
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PRÁCTICA PARA ENCONTRARNOS CON NUESTRO NIÑO INTERIOR
El niño es pura necesidad. Y, básicamente, necesidad de sentirse reconocido. Y
los cuatros cauces a través de los cuales le llega la respuesta son: el cuerpo,
la mirada, el tiempo de calidad que se le dedica y la verbalización (la palabra
verdadera y bondadosa que se le dirige).
Cuando el niño no recibió la respuesta adecuada, la seguirá demandando a través
de malestares que se nos repiten, y que nos hacen caer en la cuenta de que es
nuestro/a niño/a interior quien necesita ser encontrado y liberado. Hoy es el
adulto que somos quien tiene que hacerse cargo de él para que, acogiéndolo, le
permita sanar.
· En
un primer momento, el adulto/a que eres empieza visualizando al
niño/a que fuiste (y que sigue vivo en ti hoy). Puedes ayudarte de tus
recuerdos o incluso de alguna fotografía de la infancia o adolescencia. Tómate
tiempo para visualizarlo/a detenidamente.
· Acércate
a tu niño/a interior y llámalo/a por su nombre.
· Al
visualizarlo, empieza por hacerte consciente de los sentimientos primeros que
te despierta y, poco a poco, dedicándole tiempo, favorece que vaya creciendo en
ti una mirada acogedora, hecha de bondad y de gozo por su vida, a
la vez que un sentimiento de cariño vivo y sostenido.
· Permanece
en esa actitud todo el tiempo que sea necesario, envolviendo a tu niño/a
interior en aquellos sentimientos positivos.
· Háblale:
hazle saber que él/ella no fue culpable de nada; “eres un niño/a vital,
bueno/a, cariñoso/a, alegre, espontáneo/a, valioso/a…; tú no tuviste la culpa
de nada; eres inocente”.
· Y
si es necesario, “abrázalo/a”, incluso físicamente, rodeando en un abrazo tu
propio cuerpo, y sintiendo que es a él/ella a quien abrazas con amor.
· No
tengas prisa: los niños necesitan tiempo para tener la certeza de que se “está”
con ellos…
· En
un segundo momento, ponte en la piel del niño y, desde ahí, déjate
alcanzar por la mirada y los sentimientos que hoy te llegan. Notarás
que, poco a poco, empieza a despertarse su vitalidad, alegría y bondad.
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